miércoles, 8 de octubre de 2008

La casa del Chenque

Al llegar a Comodoro Rivadavia, lo primero que se ve, entre el Cerro Chenque y el mar, es el cementerio. Con sus cruces blancas y lápidas de mármol que alojan a los primeros habitantes de la ciudad. Es común encontrar nombres en idiomas casi indescifrables. Muchos de Bulgaria, Polonia, Rusia o Yugoslavia. Ya no quedan parientes que les lleven flores, muchas están desapareciendo y fundiéndose con la tierra para ser olvidadas. Como todo.
Lo siguiente que uno puede apreciar, es esa espantosa casona en la cima del cerro. Hecha de paredes gigantes de bloques grises. Con carencia total de ventanas, se muestra como un gigante ciego o muerto.
Todos los recién llegados a la ciudad preguntan por la casona. Sin embargo la ciudad se rehúsa a hablar del tema, como si al nombrarla hicieran revivir los hechos no muy agradables que sucedieron ahí.
A las pocas semanas de haber llegado a la ciudad, el destino (o tal vez la ciudad misma en su misterioso laberinto de caprichos) me llevó a conocer al hombre que fabricaría esa casona: Orlando.

Que Orlando nunca fue muy sociable, es conocido por todos. Pero cuando edificó la casa en el Chenque, la gente se terminó de dar cuenta que le faltaban muchos tornillos.
Bueno, no era una casa común. Era casi un castillo. Entonces era de esperar que jamás lo terminara. Algunos dicen que por falta de fondos. Otros porque perdió el interés. Yo creo que su mente se extravió por completo y no necesitaba ya de un lugar físico distinto para sentirse cómodo.
Fue en el año 85 o tal vez el 86. Orlando ganó el prode. Sí, el prode. El juego ese del fútbol. Y eso que Orlando siempre odió el fútbol. Fue en moneda de aquella época. No se cuanta, pero fue mucha. Lo primero que hizo fue invertirla en propiedades. Casa acá, casa allá. Campo por aquel lado. Parece que le fue bien en los negocios.
Poco tiempo después, dejó de ser visto durante meses. Entonces empezó la construcción de la casa del Chenque. Ahí fue cuando llegué a la ciudad y cuando lo conocí.


Yo era amigo de un amigo suyo. Y como necesitaba de un agrimensor, me llamó a mí. La primera charla fue en una de sus casas en el Pietrobelli. Ese barrio de la ladera del cerro. Se puede ver toda la ciudad desde ese lugar. Excelente.
Era un tipo bastante alto, extremadamente blanco, cabello muy corto, como los militares. Los ojos hundidos, parecía que siempre estaba pensando algo. Jamás lo vi sonreír, lo vi reírse, pero es distinto. Su risa daba miedo, era enfermiza. Apenas entré, me dio la mano muy fuertemente y me empezó a hablar de lo que quería. Nada de vueltas con él.
Pensaba hacer una serie de túneles dentro del cerro Chenque que uniera todas sus propiedades. Desde la casona de la parte alta hasta su última casa del Pietrobelli. Y además, otro túnel que desembocara en la costa. Si bien la playa no esta a mas de 300 metros, es un tanto ilógico hacer esto. Caramba, es todo ilógico. Pero como contaba con el capital necesario y yo necesitaba del trabajo, no puse demasiadas objeciones.
23 días después empecé con los trabajos.
Una treintena de obreros traídos desde Bolivia estaban a mi disposición. Y eran bastante buenos. El túnel inicial se hizo desde la ladera norte del cerro, donde esta el camino alternativo.
Durante la primera semana, uno de los obreros quedó atrapado por una de las máquinas. Cuando la hicieron retroceder para sacarlo, ésta patinó y lo aplastó. Fue un desastre. De lo mas terrorífico que vi en mi vida. Sin embargo, no vino la policía, ni la ambulancia. Nadie apareció. El mismo grupo de obreros se encargó de sacarlo. Bueno, las partes que quedaron. Y no se adonde lo llevaron.
Ese fue el primer indicio de que algo no andaba bien. Orlando me pidió que mantuviera estos incidentes entre nosotros. Que “¿para que alarmar a la gente con cosas que no son de su incumbencia?”
Debo decir que le hice caso. Esa construcción era todo un reto para mí. La quería terminar como fuera.

Por las noches íbamos, con algunos de los ingenieros, a uno de los bares del Pietrobelli. La primera vez, nos acompañaron un par de trabajadores. Pero luego, sin explicaciones, dijeron que ya no podían ir. A Orlando lo solíamos ver siempre con un grupito de chicos y chicas, de secundario, supongo. Siempre tomando. Un par de veces tuvimos que llevarlo casi a la rastra. No era bueno para tomar. Otras veces, los chicos lo llevaban hasta la casa. Tampoco era improbable que desapareciera por días. Por lo general se iba con el grupito ese de chicos y se quedaba a dormir con ellos.

Hay personas que tienen una sabiduría natural. Cuando hablan, suelen acertar más que cualquiera de nosotros. Celeste era una de esas personas. Desde que ella y los demás chicos empezaron a salir con nosotros, siempre fue ella quien llamo la atención de todos. Bastante por su aspecto: alta, de cabellos castaños claros y ojos marrones muy claritos. Y también atraía mucho por su forma de manejarse. ************************



"este es el fragmento de uno de los cuentos que estoy escribiendo. ire subiendo varias cosas. como para cumplir nomas."

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