martes, 20 de diciembre de 2011

Kaliningrado, la puerta a Rusia


Mientras viajaba por Europa, varias personas me hablaron de Rusia, y sobre todo de lo difícil que era conseguir una visa para poder entrar al territorio. Pero yo recordaba que hacía poco tiempo, la República Argentina y la Federación Rusa habían realizado un convenio sobre el tema. No perdí más tiempo y fui a la embajada rusa en Poznan. Al mostrar mi pasaporte me atendió un señor que me dijo en inglés, que al ser ciudadano argentino, solo debía mostrar mi pasaporte para entrar a su país. Fue una grata sorpresa, ciertamente.
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Unos días después, me encontraba cruzando la frontera en el Oblast (provincia) de Kaliningrado. Es la zona más occidental de la Federación, y hasta 1945 se llamaba Köningsberg. Fue durante siglos, un territorio polaco, lituano-polaco, prusiano y alemán, de acuerdo a los tiempos que corriesen. Luego de que Alemania perdiera la guerra, pasó directamente a manos soviéticas. Entonces se transformó en la puerta blindada de los eslavos. Allí estuvo asentada la flota soviética del Báltico. La temida defensa marítima que con su sola presencia, impedía cualquier maniobra occidental en las inmediaciones.
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Hoy, en 2011 (casi 2012) la ciudad es un centro cosmopolita conformado por personas de toda la ex Unión Soviética. Al finalizar la guerra, la ciudad estaba en ruinas y fue necesario repoblarla. Para ello, llamaron gente de todos los rincones de las Repúblicas. Es común ver en las calles, mujeres rubias de un metro noventa, como personas de cara mongol. En toda Europa, es el lugar con mayor riqueza étnica que he visto. Un argentino puede pasar por ruso tranquilamente en Kaliningrado.
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Antes de viajar, me contacté con una persona de la ciudad: Liudmila. Ella es una estudiante de la lengua castellana y me llevó a recorrer la ciudad. Gracias a ella conocí una gran comunidad de rusos que aprenden nuestro idioma, por lo que mi estadía en el lugar, fue casi en su totalidad, hablada en castellano. También fui a un pub llamado “Reporter” que es propiedad de unos cubanos que viven en la ciudad desde hace unas décadas. El local tiene una gran vida cultural, cada noche hay distintos músicos que tocan para la variada concurrencia.
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De la herencia alemana en la ciudad, solo recuerdo un sobreviviente: Immanuel Kant. Es famosa la anécdota que dice que la gente del lugar, para saber que hora era, esperaban a que pase Kant desde su casa. Siempre lo hacia a la misma hora, sin margen de error. En varios lugares vi su estatua, como también placas que recordaban algún hecho importante en su vida. Su tumba se encuentra en una isla (la Isla de Kant) en medio de la ciudad. Allí se encuentra una hermosa catedral, donde además de recibir a los fieles, también se puede presenciar conciertos de órgano o música clásica. Allí fuimos a un concierto de la filarmónica local, que interpretó una obra de Beethoven. Me acompañó Olga, una chica de Kazajistán, que entendía perfectamente el castellano, pero solo me hablaba en inglés. Creo que era muy tímida para hablar en nuestro idioma.
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Cada noche salíamos a un lugar distinto, y conocí gente de distintos países del ex bloque soviético. Estuve con personas de Rusia, claro; y también de Lituania, Letonia, Kazajistán, Ucrania o Bielorrusia. Un asunto interesante fue que ellos no se consideran europeos, sino rusos. Me hizo acordar un poco a nosotros mismos. Que muchas veces no nos vemos como sudamericanos sino argentinos. Y en el sur, somos patagónicos primero, luego argentinos. Ese orgullo por la identidad nacional me resultó muy agradable. Algo que se ve más diluido en la Europa occidental, donde el pasado de nacionalismo brutal, ha dejado muy manchada la idea del amor a la patria.
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Un día lo usamos únicamente para visitar dos lugares emblemáticos de la ciudad: el puerto y el Museo del Ámbar.
En el otrora secreto puerto de Kaliningrado, ahora se pueden ver expuestos varios navíos y submarinos soviéticos. En la entrada del puerto, es posible ver una estatua gigante depatrono de la ciudad con una iglesia en una mano y una espada en la otra.
Uno de los barcos fue usado en los mares del norte, para hacer investigaciones científicas. Ahora es un museo sobre la historia marina. Es una embarcación hermosa con un tema distinto en cada camarote.
El submarino que está a libre a las visitas, es uno con motor diesel y tamaño mediano. Fue usado hasta fin de los ochentas en las costas del Mar del Norte y en la zona de Vladivostok, casi en frente de Japón. El submarino parece congelado en el tiempo, cada pequeña habitación se ve como si sus ocupantes hubieran salido hace un minuto. En la entrada uno puede ver la maqueta del submarino, junto al resto de la flota soviética. En un lado están los lanzatorpedos, cada uno con la estrella comunista pintada. El pasillo principal pasa a través de las distintas cámaras; donde trabajaba el capitán, la zona de oficiales y los camarotes de los marineros. Al pie de uno de ellos, hay trajes de buzos para distintas profundidades y otros elementos de la vida submarina.
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En la zona exterior de donde están ubicados el submarino y el barco, hay varios minisubmarinos que fueran utilizados para investigación. Se ven muy similares a los vistos en películas o programas de documentales. Poseen una espera frontal y varios brazos mecánicos para operar bajo el agua.
Luego, fuimos al Museo del Ámbar, uno de los pocos museos del mundo sobre este material y con un tamaño tan importante.
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Entre los primeros registros de esta zona del mundo, que hay por parte de occidente, están los datos de los romanos sobre el ámbar. Esa fue la razón por la cual se abrieron los primeros caminos al mar Báltico. Con el tiempo, la industria del ámbar creció hasta dar forma a varias ciudades, como Kaliningrado, Liepaja en Letonia o Gdansk en Polonia. El edificio es parte de las fortificaciones que rodea la ciudad, y que en algunas partes se encuentran casi intactas. En el interior y en varias plantas, se pueden apreciar varios siglos del arte del ámbar. Algunas de estas joyas fueron usadas por la familia del Zar y por las señoras de los comerciantes más importantes. Es tal la cantidad de alhajas, colgantes, aros, etc. que no alcanza un solo día para admirar todo lo allí expuesto.
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Durante todo el viaje por Kaliningrado, pude ver esa mezcla de lo nuevo y lo antiguo. Mi estancia la pasé en la calle Gagarin, zona estudiantil y cada día pasaba por el centro histórico, con la Plaza de la Victoria y la Iglesia ortodoxa. Luego de mis días en tierras rusas, solo pienso en volver pronto a visitar a los amigos que dejé allí. Todo aquel que quiera conocer como es la vieja y la nueva Rusia, le recomiendo esta bella ciudad. No saldrá decepcionado.
.omar miguel soto.

1 comentario:

Ekaterina Zvekova dijo...

Me parece muy buena tu observación