miércoles, 25 de marzo de 2009

Laberinto de arena

Fernando estuvo todo el día extraviado en el campo, que es un gran desierto de miles de kilómetros cuadrados. El sol del mediodía le abría el cráneo. Caminó por varias horas, era difícil saber cuantas. Cuando se expone el cuerpo al sol de la Patagonia uno se arriesga, no sólo a la deshidratación, sino también a perder las funciones de razonamiento básicas y hacer alguna estupidez que será, finalmente, la última que cometamos. Se sabe de muchos que caminaron los cerros de la zona y que se perdieron. Sin agua bajo el sol o sin ropas abrigadas de noche, no hay nada que hacer. El desierto no perdona.

Caminaba entre las matas, cortándose las ropas con las espinas de los calafates y uñas de gato, las únicas plantas capaces de sobrevivir en ese infierno.
Arriba, el sol parecía estar en un lugar y luego en el opuesto. Cada vez más brillante. Había tanta luz que no se veía casi nada. Solamente una gran mancha blanquecina. Siguió caminando hasta la ladera de un cerro, desde ahí podría ver la ciudad. Una parte caminando, otra gateando, fue subiendo por la arena. Los cortes en brazos y manos ya no eran notados.

Luego de un momento llegó a la parte alta del cerro y pudo ver hacia el este, o lo que él creía que era el este; una gran cantidad de cerros y manchas amarillas. Algunas marcas en el horizonte que podían ser un camino y no más que eso. Comodoro no se veía. Estaba en algún lugar del campo, sin referencias, sin agua, sin auto.
Cayó en la arena y cerró los ojos. Necesitaba descansar. Debía pensar. Cuando venía en el auto vio algunas estaciones de extracción de petróleo, quizás podía encontrar una. Todas las estaciones de bombeo tienen cañerías con agua…quizás.

Escuchaba el viento entre las matas, silbando. Podía sentir ese olor tan característico de las plantas del desierto patagónico y el sonido de algún ave. Se recostó boca arriba para estar más cómodo. Ahí estaba el cielo azul y el espantoso sol que lo quemaba a cuarenta grados y lo miraba con su único ojo. Se preguntó si Comodoro realmente existía, si los chicos y Celeste de verdad estaban en algún lugar. Acaso lo único que existía en el mundo era el cielo azul y el sol indiferente. Sentía a todo el desierto girando en su cabeza.

Luego de unas horas acostado bajo el sol, el suelo arenoso se sintió cada vez más cómodo, no era una mala idea dormir un momento. Más tarde habría tiempo de caminar y pensar. Estuvo ahí por algún tiempo, sintiendo la brisa ardiente en su cara seca y la sangre corriendo por sus brazos.

Entonces, dejó de sentir dolor y el sol no quemaba. Se dijo con un hilo de voz:
-Me voy a morir acá. En el desierto, rodeado de matas y lagartijas.
-Vas a vivir hasta el año 2006. ¿Te parece un buen año?-
Fernando miró al costado y vio a un cascarudo. Un escarabajo negro que habita el desierto. Ya no escuchaba al viento, solamente oyó la voz grave y profunda.
-¿Pensás que vas a poder hacer lo que querés hasta ese momento, Fernando?-
Fernando lo miraba, sopesó la pregunta y a quien la formuló. No solamente el viento había dejado de soplar, no había sonidos de aves. El sol tampoco resultaba molesto a los ojos. Tal vez había muerto, o quizás estaba soñando. De todas formas contestó:
-Creo que no hay posibilidades de regatear el tiempo que tengo.-Dijo Fernando.-Solamente me estás informando, no preguntando. ¿Verdad?-
-Siempre fuiste muy inteligente. El día que naciste, no habían pasado dos horas y ya levantabas la cabeza desde la sala de recién nacidos. Ya eras curioso. Esa es la máxima cualidad en una persona. Todo lo demás viene después. Ser curioso te hace dar cuenta de todo de lo que no sabes. Te hace saber que sos ignorante. Y todos somos unos ignorantes y tontos. La diferencia está en que algunos encuentran caminos hacia la luz y otros simplemente se quedan ahí. Aunque nunca se llegue, lo que importa es el camino-
-Muchas veces me pregunté que sentido tiene. Que diferencia hay entre vivir comiendo y durmiendo como cualquier animal a entender un poco más lo que sucede alrededor de nosotros. De todas formas seguimos en el mismo lugar y nos dirigimos al mismo final.-
-Cuando pensás mucho sobre un tema importante, si lo hacés bien, si analizás bien…no vas a encontrar nada. Yo no he encontrado nada y lo pienso hace mucho. Si llegás a hallar una respuesta que yo no…me avisás. Eso sería algo. Ustedes siempre van encontrando cosas.-
-A veces pienso eso, que no hay un sentido en nada, que no nacemos para algo. Llegamos acá por una acumulación de accidentes. Estamos, pero también podríamos no estar. Y el universo no sería muy distinto con nuestra ausencia.-
-Si creés que nada tiene un sentido final, que nada ha sido planeado o que las personas son insignificantes para el universo…bien, tenés toda la razón. Pero el sólo hecho de que puedas plantearte esa pregunta cambia algo. Depende desde donde lo mires. Si te ubicás afuera del todo para entenderlo, entonces todo da igual, podés hacer cualquier cosa y no es buena ni mala. Solamente son cosas. Porque si podés hacer eso, entonces ves al universo como lo ve Dios, y Dios no tiene remordimientos. Él hace y deshace y duerme como un ángel.-
-Vos sos un cascarudo. ¿Cómo puedo confiar en tu palabra?-
-No importa quien sea yo, importa lo que te digo. Además, tampoco interesa demasiado lo que escuches de mí, solamente si querés creer. Y lo necesitás. Porque tenés muchas cosas para hacer y te frenan unos prejuicios baratos mas dignos de un perro que de un hombre.-
-¿Es un prejuicio barato no querer matar a alguien?-
-Es un prejuicio barato no hacer lo que de verdad querés hacer por miedo. ¿De verdad te importa lo que le pase a un desconocido? ¿O en realidad no sabés que vos sos el único que le puede dar un poco de luz a este pueblo muerto? Si todos se detuvieran a pensar en las posibles consecuencias negativas de sus actos…entonces todavía seguirían viviendo en cuevas. Y eso, amigo Fernando…es lo que has hecho toda tu vida…vivir en una cueva. ¿Cuándo pensás salir? La arena de tu reloj sigue cayendo.-
Fernando vio que el sol estaba cerca de los cerros. En una hora iba a ser de noche, entonces la temperatura sería peligrosamente baja.
-No se si voy a tener fuerzas para llegar a ese camino. Es la única esperanza que tengo.
-Hay cosas que deben ser hechas y el tiempo no se detiene por nadie. Tus prioridades deben ser claras. Tenés que consumir cualquier caloría que te sea posible y empezar a caminar.-
Fernando quedó mirando al pequeño coleóptero.
-¿Te tendría que comer a vos?-Titubeó.
-¿No escuchaste nada de lo que te dije? ¡Coméme! El sol esta cayendo, acordáte, no hay cosas buenas o malas, solamente cosas.-
Fernando agarró al insecto gordo y se lo puso en la boca. Fue difícil, pero lo pudo masticar y tragar. Se puso de pie. Otra vez empezó a sentir la brisa del campo. Esta vez era fresca. Movió primero un pié, luego el otro. En un momento estaba caminando hacia la ruta. Una o dos veces cayó al suelo arenoso. Se levantó y siguió. Los dolores ahora eran muy reales.
Llegó cuando el sol ya había caído. Se sentó en medio del pavimento y se puso a esperar. Esperar a un auto o a la muerte por frío. En ese momento ambas eran bienvenidas.

Luego de una o dos horas, un par de luces aparecieron por detrás de los cerros, empezaron a desacelerar y se detuvieron frente al exhausto Fernando.-

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Parte del libro “Lluvia de arena” marzo 23, 2009

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