En ese momento, solamente habían dos viejos aviones a hélice para proteger la ciudad.
Con todo en contra, las máquinas argentinas lucharon contra una tecnología muy superior. Las luces y sonidos de la batalla fueron oídos por toda la ciudad.
Fueron unos pocos minutos, pero duró una eternidad para el joven piloto del Pucará.
En un momento, todo estaba dicho. El único combate en el continente había terminado.
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