jueves, 2 de junio de 2011

pablo y maria

Pablo y María

-que cosa ordinaria el amor. Amaban nuestros paisanos los indios, amaban los primeros europeos que llegaron a este desierto. Sabemos que hasta los grandes tiranos amaron con honestidad, que es, creo yo, la única forma de hacerlo. Es de las cosas más comunes y mundanas que uno puede hacer, sin embargo... que maravilla!

El Fiat 600 bajó suavemente la curva entre los cerros de arbustos bajos y grises. La brisa seca se podía sentir en las manos y en la cara, que tiraban con la sensación de ser un cartón. La monocromía del paisaje, mezclando la arcilla, escasos árboles opacos y casas de hormigón ocre se había transformado en pocos días, en el entorno natural de Pablo.

Venía por la Ruta y al pasar enfrente de la Universidad, se detuvo en el semáforo. “Me dijo que la espere acá”. Es común que los estudiantes hagan dedo en esa zona en particular, la mayoría se dirigen hacia la zona céntrica, es decir hacia el sur. En ese momento había solamente una persona, una chica con varias carpetas y libros en los brazos. Era delgada, de cabellos claros y rostro sereno. A Pablo no le gustaba mucho viajar solo, asique solía aceptar llevar personas en las escasas oportunidades en que manejaba. Como ahora, que iba desde el aeropuerto hasta el centro, que distan unos diez kilómetros. Por estas razones y porque su amigo Guillermo le pidió que acerque a su prima hasta el centro, decidió llevarla.

La chica con los libros y carpetas lo mira, Pablo hace un ademán para que entre. “Es ella”.

-Buenas ¿vas para el centro?

-Sí, subí.

Ella sube al asiento delantero cuando el semáforo da la luz verde.

-Gracias, los colectivos pasan cada tanto nomás y la chanchita no pasa hasta dentro de una hora.

-¿La chanchita?-

Ella lo mira extrañada. -Vos no sos de acá, ¿verdad?-

-Ja, ja, no, soy del norte, llegué hace unos días a Comodoro. Mi nombre es Pablo, soy el amigo de Guillermo.-

-María, mucho gusto.-Se dan la mano.-La chanchita es el trencito que pasa por la costa, allá de aquel lado de la Uni. Va desde el Stella Maris hasta el ocho... es decir todo el camino desde el primero hasta el último barrio en dirección norte sur, por la costa.

-¿El ocho es el nombre del barrio?-

-No, le decimos así por la distancia a la que está del centro. Está a ocho kilómetros, entonces es el ocho. Esta Universidad está a cuatro kilómetros, entonces la zona se conoce como el...-

-El cuatro.. ajá. ¿Viste? Puedo ser muy sagaz a veces. -Ambos soltaron una risita.

Pablo tenía veinticuatro años, de piel bronceada y con algunos kilos de más, como decía él y los cabellos muy negros y ondulados. Siempre con una sonrisa en la cara y era la persona más positiva que se pudiera encontrar. La señorita que acababa de subir al auto, tendría unos veinte años, cabellos castaño claros y rasgos finos. Tanto su hablar como movimientos, eran muy elegantes.

-¿Y vos, sos de acá?-

-Sí, soy una NYC. Pero claro, soy primera generación en la ciudad. Mi papá llegó en los años cuarentas, cuando era muy chico.-

-NYC...-

-Nacida y criada. Creo que es una categorización que usamos únicamente en el sur.

-Puede ser, no lo había escuchado antes. -Pablo la miró otra vez, a ella y a sus libros. Sus ojos eran celestes y en las mejillas tenía muchas pecas. -Veo que estudías en la Universidad. Ya sabés, soy muy sagaz.-

-Sí, estudio Trabajo Social en la Uni. Estoy en segundo año. Pero la verdad, ya no estoy tan convencida de que sea esto lo que quiero. Creo que tenemos demasiada teoría sobre cosas que no vamos a usar cuando trabajemos. La idea es ayudar gente, no sé. ¿Es tan importante saber que dijo este o aquel filósofo?-

Pablo detuvo el auto frente a otro semáforo en rojo.

-Puede ser. Seguramente estudiamos cosas que después no vamos a aplicar nunca en la vida. Es una crítica coherente. A veces pienso lo mismo. No con tanta pasión como mis compañeros, claro. A mí me gusta leer, leer sobre todo.-

-Sos un traga.-Le dijo María en tono burlón.

-Uh... no, traga no. Eso suena a chupamedias, llevándole manzanas a la profesora. No, no. Yo no caería tan bajo en la escala humana... yo estoy un poquito más arriba. Leo mucho, pero intento llevarme mal con la autoridad.-

-Ja, ja. Bueno, entonces está bien. Sos respetable.-

El auto continuó su marcha y llegó a la curva previa a la entrada del centro.

-María, si aquel era el tres... ¿esta zona como se llama? Dos y medio.

-No, esto es el infiernillo, también conocido como la curva del cementerio viejo. Ambos nombres son apropiados, te darás cuenta lo fuerte que pega el viento en esta zona. Por esos dos cerros ahí, se crea un efecto de embudo que acelera mucho al viento. Incluso puede llegar a volcar a un auto o camión si va vacío.

-¿Tan fuerte puede ser?-

-Sí, sí. No es exageración. Hoy no es mucho el viento que hay, pero a veces, sobre todo en verano... ja, te la regalo pasar por acá. Y lo del cementerio viejo es obviamente por ese cementerio que está ahí. Fue el primero que se hizo a principios de siglo. Después hicieron otro en el cinco y otro en la zona oeste, cuando la clientela fue aumentando. Pero este fue el primero.-

Un minuto después, el auto llegó al centro. Pablo dobló por la calle principal y se detuvo en otro semáforo.

-Bien, Pablo. Me quedó acá.-

Él la miró fijamente.

-Gracias por traerme.-Le dio un beso en la cara y abrió la puerta.

-Bueno, de nada. Ojalá nos encontremos otra vez. Me gustaría saber más de la ciudad.-

-Es un lugar chico, seguro nos vemos de nuevo. Que estés bien.

-Suerte.

El semáforo dio su luz verde y el Fiat continuó su camino. Pablo miró hacia atrás pero no pudo ver a la chica. Subió por la avenida Rivadavia, todo derecho. Un par más de semáforos lo detuvieron. “que lindos los semáforos” pensó. Continuó hasta al barrio Newbery y estacionó el auto. Descendió y entró en una casa de un pasaje. En realidad eran varias habitaciones unidas por un patio central. Seis habitaciones, cada una con su cocina, comedor y baño. Estaba regenteada por un señor gordo, de bigotes blancos muy grandes y enroscados en la punta: Don Pascual. “Nada de chicos acá” Fue la única condición que expuso el dueño. Asique, como Pablo y su amigo Guillermo eran solteros y sin hijos, eran los inquilinos perfectos para Don Pascual. Dos muchachos que estaban la mayor parte del día afuera y solamente iban para dormir. Los otros vecinos también eran muy tranquilos. Una pareja de recién casados: Mirta y Rubén, un hombre sólo en otra habitación, el soldado Edgardo, que cumplía servicio en el Liceo Militar. Sabía que estaban ahí porque los oyó la noche anterior. En una de las habitaciones había una mujer que vivía con muchos gatos, asique le decían la loca de los gatos. Y al resto no los había visto.

Cuando se había acostado y todo quedaba en silencio, podía oír el rumor de voces y algunos sonidos desde las otras habitaciones. Nada que pueda llamarse molesto. Eran los sonidos que indicaban que allí había vida. Al menos para Pablo, era una sensación agradable el saberse rodeado por personas, aunque fueran desconocidos y detrás de paredes.

Pablo entró en la habitación, Guillermo estaba leyendo.

-Buenas, Guille. Acá están las llaves.-

-Bárbaro, gracias por traerlo... ¿la encontraste a mi prima?-

-Sí, la traje hasta el centro. Vamos a tomar unos matecitos. Hoy tuve un día...-Pablo empezó a llenar la pava con agua.-

-¿Qué pasó, Pablito? ¿De qué te reís tanto?-

-Ja, ja, ay, Guille, tu prima. ¡Que linda que es!.-Se dio vuelta hacia su amigo.-De verdad. Es increíble. Estoy aceleradísimo. Tiene los ojos re lindos. Además habla bien. Re educada la piba.-

-Uhh... bueno, caramba. Me parece que no es para tanto, pero... estando todo el día en la base, hasta mi prima se ve linda.-

-No, ¿Cómo que no es linda? Además tiene como una tonadita para hablar.-

-¿Tanto te gustó?-

-Guille. Nunca conocí una chica tan encantadora. De verdad te digo, no exagero. Vos porque sos el primo.-

-Sí, veo que estás preso de las hormonas de una forma que no había visto antes, ja ja.-

Pablo llevó el mate y el termo a la mesa. Se cebó el primero.

-¡Que rico! No hay nada mejor que un matecito para pensar un poco. ¿Qué hago? Es una diosa. Y yo soy un sapo de pantano. Ni en esta vida ni en la otra una mina así me daría bola. Dios, llueve sopa y yo con un tenedor.-

-Pablo, no seas gil. No hablés así. Hasta que se lo propongas no vas a saber.-Guillermo empezó a tomar su mate. Pablo estaba con la vista fija en la mesa. -Mirá, hagamos una cosa, el lunes traé otra vez el auto, yo veo como hago para venir, no es problema. La llamo desde la base que la pases a buscar otra vez. Si está ahí, la traés de vuelta, pero esta vez apurá más las cosas. No dejés pasar la oportunidad. ¿Te parece?-

Pablo lo miró con una sonrisa y asintió con la cabeza.

Ya de noche, Pablo estaba en su cama. La pieza estaba a oscuras, podía escuchar que Guillermo se movía en su cama. También oía la parejita de al lado. Parecía que discutían por algo. En el techo de la habitación estaba la única ventana. En ese ventilúz se podía ver la silueta de uno de los gatos de la vecina.

-Guillermo ¿Estás dormido?-

-No mucho.-

-¿Sabías que los barrios se llaman ocho, cinco, tres, por la distancia a la que están del centro?-

-Pablo, yo nací en Comodoro. Sí, ya lo sabía.-

-Claro, es de suponer que sabías. Ella me lo contó hoy. También me habló sobre el infiernito. Dice que un auto puede volcar por el viento. Iría a caer justo sobre el cementerio. Eso sería apropiado.-

-Infiernillo, no infiernito.-

-Eso, bueno. Parecido.-

Pasaron unos minutos.

-Pablo, si vas a hacer alguna porquería andá al baño, eh?-

-Ja, ja, que boludo. No, no voy a hacer nada raro. Quiero mantener lo poco que dignidad que me pueda quedar.-

-Bien, me siento más tranquilo, entonces. Ahora a dormir, viejo. Tenemos que estar a las seis en la base. Si llegamos tarde al primer vuelo, el principal nos va a echar a patadas a los dos.-

Unos minutos antes de las seis de la mañana, los dos muchachos entraban en la base aérea. Tanto ellos dos como otros diez pilotos habían sido enviados en estos últimos días. Tenían órdenes de hacer prácticas intensivas de vuelo. Llegaron y se cambiaron rápidamente. En una de las ventanas se podía ver una de las pistas de aterrizaje. Un avión Hércules había llegado durante la madrugada. Vieron que un centenar de soldados subían a colectivos. Guillermo se acercó a la mujer que opera la radio y que estaba tomando su refrigerio.

-¿Sabe por qué tanto movimiento? Ayer también había muchos soldados llegando desde el norte.-

-Mira, nene. Lo único que te puedo decir, es que a todos nos bajaron órdenes de reforzar los entrenamientos. También a los terrestres, no solamente nosotros. Huele raro.-La mujer seguía con la mirada en la ventana y con la taza de café en la mano.-No me parece que vayan a tomarse la molestia de traer a tantos soldados solamente para prácticas.-

El los altoparlantes del aeropuerto se escuchó el llamado de pilotos a los hangares. Los muchachos tomaron sus cascos y se dirigieron hacia la parte posterior de los edificios, donde funciona el sector militar.

En el hangar se juntaron los pilotos militares que había en la base aérea. Se acercó el suboficial principal con unas carpetas en las manos.

-Buenos días, pilotos. Para los recién llegados, bienvenidos a la Novena Brigada Aérea. Vamos a tener una semana de prácticas intensivas. Necesitamos tenerlos en óptimas condiciones. Durante toda esta semana seguirán llegando pilotos desde el norte argentino, como también los aviones. En este momento tenemos dos grupos, uno de Pucarás y otro de Fokker F-27. En unos días se van a sumar los A-4 Skyhawk. Necesitamos que se familiaricen con la zona. Les vamos a entregar los mapas del área, información de vientos y pistas en la zona. Sus respectivos aviones están en el hangar, asique cuando hayan leído sus apuntes, pueden ir a revisarlos.-El principal iba hablando al tiempo que una suboficial les entregaba las carpetas a los pilotos.-

Mientras los pilotos leían sus informes, se acercó el principal a Pablo y Guillermo. El superior era un hombre de unos cincuenta años, pelo muy corto y un poco de bigote, muy al estilo militar. Tenía algo de paternal al hablar con ellos, quizás porque ésa era su forma de comportarse o tal vez por la juventud en la cara de sus nuevos pilotos.

-Chicos, sé que ustedes dos son amigos, desde hace tiempo. Asique me parece apropiado que practiquen y patrullen juntos. Necesitamos que nuestros hombres tengan la máxima camaradería. En una hora vamos a empezar a despegar. Voy a ir yo primero. Hoy tenemos vientos de alrededor de cincuenta kilómetros por hora con ráfagas que llegan a los ochenta. No es tanto, puede llegar a más de cien con facilidad. Necesito que se acostumbren a esos tirones en sus comandos. Sobre todo cuando se despega y aterriza, arriba hay mas lugar para equivocarse.-

Los muchachos lo observaban con atención. Sería la primera vez que volarían con tanto viento.

Luego de un rato, todos los Pucará estaban carreteando en la pista. Adelante estaba el avión del Principal, con su bandera argentina pintada en la cola. Inmediatamente, la torre autorizó el vuelo de las máquinas. Uno a uno, los aviones fueron despegando. Primero el principal, luego los demás pilotos. Formaron un círculo sobre la base, hasta que todos estuvieron arriba.

-Éste es su principal. Vamos a hacer un vuelo de reconocimiento sobre la zona. Altura 2500 pies. Noten las fluctuaciones en los controles, esto no se percibe en otros lugares, son los vientos de la zona. Vayan acostumbrándose a neutralizar esos tirones.-

La hilera de aviones fue ganando altura. El cielo estaba completamente azul. Abajo el color predominante era el marrón. Cerros, líneas claras que unen estaciones de extracción de petróleo. A lo lejos, hacia el norte, se podía distinguir con total claridad el cerro cónico llamado Pico Salamanca.

Pablo sentía que sus controles se sacudían con fuerza. Primero lo sintió con algo de temor, pero después de unos minutos se percató de como compensar esos movimientos de la nave. Cuando la formación sobrevoló la ciudad, ya todos los pilotos controlaban con tranquilidad sus máquinas. Desde el aire se podían ver los autos sobre la Avenida Rivadavia y la Ruta 3. En el puerto había un Barco Tanque, esos que miden cien metros y pueden cargan miles de litros de petróleo. Desde el aire, se lo veía como una pequeña línea negra, inmóvil en la costa.

-Pilotos, vamos a volar unos kilómetros hacia el norte y luego volvemos a la base. A partir de esta tarde empezamos con los patrullajes en parejas. Cualquier novedad será informada en su parte de vuelo.-

La caravana aérea siguió la marcha hasta la zona del Pico Salamanca. Allí giraron de nuevo al sur. En el camino de vuelta Pablo pudo ver un faro en la salida de un barrio al norte de la ciudad. También unas formaciones de arenisca como torres sobre el agua, a unos metros de la costa. Unos minutos después, estaban acercándose a la pista del aeropuerto. Como había dicho el principal, cerca del suelo, el viento se volvía más impredecible, sin duda que los cerros creaban turbulencias. Aún así, ninguno de los aviones tuvo problemas para aterrizar.

Cuando los pilotos entraron en la sala de reuniones del hangar militar, una mujer se acercó a Pablo y Guillermo:

-Chicos, ustedes tienen el turno de las seis de la mañana. A esa hora hacen su primer patrullaje, felicitaciones. -Dijo con una sonrisa, mientras les entregaba las órdenes, y se fue con los demás pilotos.

-Bien Guillote, ya tenemos nuestra primera misión. Un patrullaje sobre la ciudad.-

-No está mal para comenzar, compañero. Vamos a despegar todavía de noche.-

Los muchachos miraron de nuevo sus órdenes con una sonrisa incontenible.

-¡Nuestra primera misión!-Gritaron los dos.

Cuando ya comenzaba a caer el sol, los muchachos estaban ayudando a los mecánicos. Siempre es bueno que los pilotos conozcan a la perfección sus máquinas. Pablo estaba armando una de las piezas del carburador de su Pucará mientras el mecánico y Guillermo estaban con casi la mitad del cuerpo dentro del motor. Llega la mujer que distribuye las órdenes y se acerca a ellos.

-Chicos, ustedes tienen el patrullaje de la madrugada. Acá figura que tienen domicilio en la ciudad ¿verdad?

-Sí, vivimos en la zona sur.-

-Muy bien, entonces vayan a su casa, duerman un poco y a las cinco de la mañana los quiero acá, fresquitos, listos para volar.-

El mecánico seguía con la cabeza adentro del motor de la nave. –Vayan tranquilos, muchachos, cuando vuelvan las máquinas van a estar prestas a salir. Vayan, no más. –Sacó su cabeza por un momento.-Yo me encargo de que esto pueda volar y ustedes de que vuelva.-

Los chicos pasaron a lavarse el aceite y suciedad que tenían encima y se fueron en el coche de Guillermo.

-Todavía no lo puedo creer, Pablito. En unas horitas más vamos a estar haciendo lo que tanto esperamos.-

-Volando nuestros propios Pucarás. En misión oficial, jaja, yo tampoco lo puedo creer. No aguanto las ganas de estar en ese avión. Porque, sabés, no es solamente un avión...-

-Sí, es un avión argentino. ¡Diseño criollo, carancho!-

-Vigilando las fronteras de la patria.-

-Sí. Me gustaría pintarle la bandera argentina al avión, como hizo el Principal. Quedó buena esa bandera en la cola de su Pucará.

El auto se detiene en un semáforo.

-Esperá, Guille. Esa es la Universidad...-

Guillermo lo mira fijamente.-Sí, es.-

Pablo estaba con el cuello doblado, mirando hacia el edificio.

-Me quedo acá. Seguí vos. Nos vemos en casa, Guillote. No lo puedo dejar pasar. Chau.- Pablo se baja del auto bajo la mirada risueña de su amigo. Cruza la ruta mientras los demás autos esperan la luz verde.

El edificio de la Universidad está compuesto de varios cuerpos. Tiene cinco plantas y está unido a la otra parte con unos pasillos/puentes llenos de ventanas. Es el tipo de edificación considerada futurista en los años sesenta. Si bien las ventanas principales, donde están las aulas, son las típicas rectangulares, el resto de ventanas son circulares, como los ojos de buey de un barco. El color predominante, o quizás el único, es blanco. Se lo puede ver desde varios kilómetros como una caja blanca entre la Ruta 3 y el mar.

Pablo subió las escaleras de la entrada e ingresó por una de las puertas giratorias. “Bien, ya estoy acá ¿y ahora cómo hago para encontrarla?” Muchas personas pasaban caminando, otras estaban ahí, conversando. Se dio cuenta que era un lugar con varios cientos de personas. “estudio Trabajo Social” recordó Pablo. Se acercó a una ventana, donde parecía que atendían a los estudiantes.

-Buenas tardes. Quería saber si podría consultar los horarios de la carrera de Trabajo Social.-Le dijo a una señora con aspecto más que serio que estaba sentada al otro lado de la ventana. La mujer no dijo nada, buscó algo entre sus papeles y le entregó a Pablo una carpeta.-Ahí tiene.-

Pablo miró el día, 26 de Marzo, la hora... 18:05 hs, en cuarenta minutos debería salir de clases en la planta baja. “Bien, no es mucho para esperar a la mujer más encantadora que he conocido” se dijo. Devolvió la carpeta y se dispuso a esperar. Sería un buen momento para conocer un poco más el edificio. Y también para pensar una excusa de por qué estaba él ahí.

Al caminar, vio muchos papeles pegados a las paredes. Eran anuncios, pedidos y mensajes de los alumnos. “comparto departamento en Km 3”, “clases de portugués en el cuarto piso”, “Se busca baterista para banda estilo Los Cadáveres y Grupo Uno” y cosas por el estilo. También estaban ahí los horarios de la Autovía, a la que todos le decían “Chanchita”.

Subió las escaleras hasta los pisos siguientes. Mirando y escuchando. Al ver los carteles pudo darse cuenta que cada piso correspondía a una facultad distinta: en la planta baja Humanidades; primer piso, Ingeniería; segundo piso, Ciencias Naturales y el cuarto piso, Ciencias Económicas.

Cuando se estaban por cumplir los cuarenta minutos, Pablo se acercó a la entrada, donde los tres pasillos principales se unen. “Si alguien tiene que salir del edificio, debe hacerlo por ahí.” En seguida empezaron a salir chicos y chicas. Todos con carpetas y libros, hablando de sus cosas. Se apresuró a buscar entre la gente. Iba caminando y mirando. Recordaba muy bien la cara de la chica, no había forma de que pasase al lado de él sin que la viera. El grueso de la gente había salido y no había señales de María. “¿quizás no vino hoy?” pensaba y seguía mirando los pasillos. Una tristeza muy grande le apareció. ¿que podría haber pasado? “voy a volver el lunes. Seguro que el lunes sí la encuentro.” Pensaba mientras se dirigía a la ventanilla de la mujer desagradable. Al llegar, la ve en el fondo de la oficina, conversando con otra mujer. “paciencia, Pablito.” Se dijo una y otra vez. Sin embargo, la mujer, que lo había visto, no daba señales de acercarse a su ventanilla. Entonces escucha a su lado: -¿Pablo, sos vos?-

Se da vuelta y ve la cara sonriente y luminosa de María.

Un reflector en algún lado de la pared alumbraba su rostro. Podía ver sus cabellos brillantes, los ojos se veían ahora muy azules. Más de lo que Pablo recordaba. Las pestañas largas y arqueadas los hacían ver muy grandes. Una multitud de pecas bien distribuidas decoraban sus mejillas y nariz. Nariz que era delgada y terminaba en punta. El conjunto era simplemente maravilloso. Durante unos segundos, Pablo no supo que decir, solamente la admiraba.

-¿Estás bien?-Preguntó ella con un atisbo de malicia en la cara.

-Perdoname...sí. Estoy bien. -Tartamudeó el pobre Pablo. -Ehmm... ¿vos? ¿Qué contás?-

-Yo estoy muy bien, gracias. Terminando mis obligaciones por acá. ¿Tenés pensado estudiar algo?- Es raro verte por estos lares.

Pablo la mira fijamente, intentando pensar algo creíble. “¿qué razón puedo dar para estar acá?” Ahí ve a la mujer de la ventanilla, con sus anteojos de muchísimo aumento, mirándolo con una expresión de “¿Ah, si eh?” Se dio cuenta de que ella se había dado cuenta.

-Dame un segundito, Pablo. Discúlpeme, ¿me permite los horarios de Trabajo Social?-Le dice María a la señora de los anteojos antipáticos.-Nunca recuerdo las clases de los lunes.-Ella revisa la hora, mientras la mujer sigue mirando a Pablo con ojos inquisitivos.-A las diez de la mañana, bien. Bárbaro, gracias Berta. Hasta el lunes.- Se despide la chica de la mujer.-Chau, querida. Andá con cuidado.- Le responde la mujer, sin dejar de mirar a Pablo.

María sonríe sin contestarle.-Pablo ¿vos que vas a hacer? ¿te vas a quedar?-

-En realidad ya hice lo que tenía que hacer. Estoy libre ahora. ¿Vas para tu casa? Te puedo acercar.

-Sí, voy para mi casa. Me espera una rica merienda con un té calentito. Andás en tu auto, veo.-

-No exactamente. Ando en una autovía, llamada Chanchita. Va a estar saliendo para el centro en... seis minutos. Si querés podemos ir juntos.- Dijo Pablo, ya ahora con más control de sí mismo y sin la mirada acusadora de la mujer de los anteojos.

María tenía las carpetas apretadas contra el pecho. Miró en dirección de la puerta de salida, que lleva a la ruta y luego miró hacia el lado opuesto.-Bueno, señor. Vamos.-le dijo con una sonrisa.-Hay que salir por las puertas de atrás.-Pablo miró con más atención en esa dirección.

-Bueno, entonces vamos por las puertas posteriores. No las había visto. Pensé que conocía la geografía del edificio tan bien como los arquitectos que la diseñaron. Veo que no, jaja.-

-Ajá, no tanto. Tenemos que ir al subsuelo para poder salir por atrás. Porque estamos en un terreno con mucho desnivel. Es raro encontrar lugares horizontales. Todo está en subida o en bajada.-

Bajaron las escaleras y luego de cruzar el recinto central, llegaron a las puertas principales que dan hacia el camino de la costa. Después de caminar un momento llegaron al pequeño andén.

-¿Es puntual?-

-Todo lo puntual que se puede ser en Argentina, Pablo.-

-Claro. Que pregunta.-

Los chicos llegaron hasta el andén y se quedaron parados, esperando la autovía. A solamente unos metros de ellos, las olas golpeaban con fuerza las rocas. Había varias gaviotas sobrevolándolos, yendo hasta al agua y subiendo de nuevo. Ella estaba con la vista en el mar y una leve sonrisa en la cara. -Amo el océano. Paso por acá casi todos los días. Me gusta tanto esta vista. Y siempre está distinto, como si fuera una persona con distintos estados de ánimo. Nunca está igual. Incluso se oye diferente. ¿Cómo hacen algunas personas para vivir lejos del Atlántico?-

Pablo observó entonces las olas. Vio las chispas de agua que brotaban al chocar unas contra otras. -¿Ves los colores en el agua?-Le preguntó María.-El mar no es solamente azul. También es verde, rojo, anaranjado. Hoy además esta gris plomizo, lo hace ver un poco triste.-

El mar seguía golpeando la escollera. Los dos estaban hipnotizados por su vaivén, por el sonido relajante del agua escurriendo entre piedras y arena. Por el sonido de las aves que bailaban sobre ellos. Esa magia duró un instante, enseguida escucharon voces, pasos que se acercaban. El tren ya estaba llegando y la gente se preparaba para abordarlo. María abrió su cartera.

-Dejame pagarte el pasaje, María.-

-Ja, ja, está bien, no te preocupes, tengo un peso.-

-Permitime pavonear mis instintos machistas con un peso, por favor. Algunas cosas de la vida son fáciles de resolver.- Ello le hizo el ademán de autorizarlo. Ya dentro de uno de los vagones, se sentaron del lado que mira al mar, todos siempre buscaban ese lado.

-Es lindo el sonido de las ruedas sobre los rieles. Además, estos vagones de madera tienen como un perfume, me gustan desde que era muy chica.-

-Sí, esa mezcla de madera, grasa y aceites. Son olores naturales.-El autovía comenzó a moverse.-Asique te espera un té calentito en casa. Te hacía más matera.-

-El mate es para la mañana, por las tardes me gusta el té. No te sabría decir por qué exactamente. Seguramente costumbre, nada más. Como tantas cosas. ¿Y vos? A vos sí que te veo matero.-

Pablo miraba por la ventanilla y se reía.-A ver, señor. Cuénteme. ¿Cuál es la historia?

-Bueno, no sé. Cuando era chico, hasta los diez años, más o menos, siempre tomábamos el té a las cinco de la tarde. A veces estaba jugando afuera o leyendo y mi vieja me pegaba el grito “Pablo, son las cinco”. Quería decir que era hora de tomar el té. Para mí era completamente normal tomar el té de las cinco. Así pasaron los años... toda mi vida ¿verdad? Era muy chico. Un día, leyendo sobre la historia argentina, encontré que la costumbre de tomar el té a las cinco nos venía desde las invasiones inglesas. Esos soldados que quedaron acá, más los que llegaron después, impusieron esa costumbre. Me acuerdo que cuando leí eso fue muy impactante para mí. Me dio tanto asco haber estado haciendo esto por años… ¿yo, siguiendo una costumbre inglesa? Desde ese día no volví a tomar té. Por años. Y las pocas veces que lo hice, me aseguré que no fuera a las cinco de la tarde.-Pablo no pudo evitar reírse- Desde esa tarde, solamente tomo mate y a veces café.

-No solamente sos argentino, querés ser muy argentino.-

-Argentino y también indio, María. Tengo sangre guaraní. El mate es invento de los indios guaraníes. ¿Sabías?

María lo mira ya seriamente. -Claro. Se lo consideraba un vicio indio en las ciudades. Al principio estaba muy mal visto tomar mate. Bueno, como tantas otras cosas: que las mujeres usemos pantalones, el bailar tango... y así.-María hizo una pausa.-Lo que nos dice... que no importa lo que hoy se vea bien o esté aceptado socialmente. No hay que darle la menor importancia. Lo que importa es si es correcto o no. Si nosotros lo consideramos correcto. El resto es aire. Fijate que a Don Nicolás Copérnico todos les decían que estaba equivocado. Ja. -Pablo la miraba en silencio.-Equivocado decían. Todo el puto mundo estaba equivocado, él era el único que estaba en lo correcto.-María lo mira fijamente.-¿Te das cuenta de los que significa? De todas las cosas que hacemos, muchas o todas podrían estar equivocadas. Podríamos llevar vidas basadas en taradeces. Deberíamos replantearnos cada cosa que hacemos.-

El tren seguía su camino por las vías costeras. La gente iba subiendo y bajando en las estaciones. Adentro, los chicos conversaban animadamente.

-Es una idea inquietante.-Dijo Pablo mirando por la ventana.-Inquietante porque es muy posible que sea verdad. Que estamos constantemente en caminos equivocados.-Seguía con la vista fija en la ventana.-¿Cómo saber? ¿En qué nos podemos basar para tener una idea de que hacemos lo que realmente queremos hacer?

-¿Ése es el asunto, verdad? Saber si hacemos lo que de verdad queremos hacer. O si solamente seguimos instintos e impulsos, como hacen los gatos o perros. Me parece que en una gran medida, no actuamos en forma muy distinta a ellos. Nos guían los mismos intereses que a ellos, la mayor parte del tiempo. ¿Cuántas decisiones tomamos que estén auténticamente pensadas? No que respondan a necesidades fisiológicas u hormonales.-Pablo la miró y se sonrojó. Ella lo seguía mirando seriamente hasta que entendió y giró la vista hacia la ventanilla.

El tren llegó a la estación del centro. La mayoría de la gente comenzó a bajar. También ellos. El andén estaba localizado en lo que le llaman El Parque de la Costanera. Es, quizás, la única zona arbolada extensa de la ciudad. Forma un pulmón entre el centro y la playa, desde ahí se puede ver el puerto, los barcos, las grúas y los trabajadores.

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Cuando Pablo llegó a su habitación, estaba Guillermo tomando mate con otro de los inquilinos. Era Edgardo, el que vivía en la última habitación. El muchacho era un estudiante del Liceo Militar. Su papá era oficial, y él también quería seguir ese camino. Era su segundo año estudiando en la ciudad y pasaba gran parte del tiempo leyendo sobre literatura militar o idiomas.

-Hola, chicos. Llegué justito para la mateada.-

-Sí, maestro. Adelante.-Saludó Edgardo.-Traje unas facturas para compartir con ustedes. Esta semana casi no tuve tiempo de nada. Estuvimos con entrenamiento desde primera hora, y anoche nos hicieron quedar más tiempo para simulacros de bombardeos.-

-Las tres fuerzas han estado reforzando los entrenamientos.-Dijo Guillermo mientras llenaba el mate.-Las casualidades no existen. Lástima que no nos informan que está pasando.-

-Ayer temprano, mi papá me dijo que del otro lado de la cordillera las cosas están tranquilas. No hay movimientos extraños. Asique no sé. Por ahí son nada más que eso, entrenamientos. Cada tanto se hace así.-

-¿Las tres fuerzas armadas y solamente en el sur del país? -Preguntó Guillermo.-

Los tres muchachos quedaron un momento en silencio. Únicamente se oía el sonido de Pablo, tomando el mate. Se lo entrega de nuevo a su amigo. Entonces Edgardo dice: -Bueno... para eso nos educamos y entrenamos ¿verdad? Nuestra profesión es especial. Vivimos para pelear. Y si es eso lo que vamos a hacer... entonces que así sea.-

-Yo me he estado educando para defender a mi país. –Agregó Pablo.-No exactamente para pelear. El luchar es un asunto colateral. Una última instancia. Tenemos una misión sagrada; defender a nuestra gente. Y no andar haciendo otras cosas raras. Luego de ganar las guerras de independencia, fueron a buscar a San Martín, para luchar tanto de un bando como del otro. Él prefirió abandonar su tierra y no tener que pelear contra sus paisanos. -Guillermo y Bruno lo miraban. -Ustedes saben de que hablo. Espero que estos entrenamientos sean para algo digno de nuestras armas, o no cuenten conmigo.-

-¿Incurrirías en deserción?-

-No me interesa la palabra. Yo no voy a atacar a otro argentino. De eso que se encargue la justicia ordinaria.-

-Creo que tenés razón. Solamente la defensa del territorio es una lucha digna. -Le dijo Edgardo. -Como hicieron los porteños cuando nos invadieron los ingleses. O los mismos soldados de San Martín para echar a los gallegos. La verdad es que es por ellos que mi papá y yo estamos en esto. Así le llama él: “Nuestra misión sagrada”. También mi abuelo fue militar y mi bisabuelo. Pero hay algo. -Otra vez Edgardo miró a Pablo, con algo de tristeza. -Es verdad, hay cosas que manchan. Se pueden hacer cosas que no se olvidan. Tanto como individuos o como sociedades, países. Está bien negarse a hacer algunas cosas. El papá de mi bisabuelo Serapio, él también fue militar. Pero no de profesión. Lo reclutaron en el campo, primero para proteger la frontera contra los indios. Después, vino hacia el sur con un regimiento al mando de un tipo que trabajaba, no para el país, sino para los dueños de campos. Querían que este ejército limpie de indios el sur argentino. Mi bisabuelo dejó algunas cartas que escribió para mi bisabuela, ahí contaba un poco lo que le había dicho su papá, el gaucho este devenido a soldado. Las órdenes que tenían eran de matar a todos los que opusieran la menor resistencia. -Edgardo hablaba con el mate en la mano, sin tomar. - Y estos soldados tenían muchas ganas de encontrar resistencia. Sablearon a mucha gente. A algunos los mutilaban lo suficiente como para que nunca más pudieran usar una lanza o boleadora. Nunca especificó la cantidad, pero deben haber sido cientos, sino miles. Me imagino que a Sarmiento le hubiera gustado mucho ver eso, ya que decía que no se debía respetar la vida ni siquiera del niño indio “porque ya tenían el odio al blanco”. El odio al blanco. Como para no odiar. -Empezó a tomar su mate. - Por eso mi viejo se vino a vivir al sur. Quería dejar su vida al sur del Río Colorado. No sé, alguna forma de lavar lo que hizo su sangre. De dar la vida trabajando a cambio de esas otras vidas que su bisabuelo arrebató un siglo atrás. No sé si tiene sentido. Pero sé que yo también siento esa deuda. Que me da vergüenza esa parte de mi historia personal. También quiero limpiar eso de mi pasado. Espero tener la oportunidad de hacerlo.

Los muchachos continuaron tomando mate.

******

Pablo y Guillermo estaban ya dentro de sus cabinas, mientras los técnicos revisaban sus Pucarás para poder despegar. En el horizonte se podía ver la primera línea de luz. La noche anterior había dejado caer algunas gotas. No exactamente una lluvia, solo una pequeña garúa.

-Pablito ¿Me escuchás bien?-Dijo Guillermo por la radio.

-Se escucha perfecto. Torre de control. ¿Nos toman bien?

-Fuerte y claro, muchachos. Tienen pista libre, cuando gusten. En este momento no hay nada volando sobre la zona.- Los técnicos retiraron los maderos bajo las ruedas y mostraron sus pulgares arriba.

-A-515 listo para despegar.-

-A-532 listo para despegar.-

El Pucará de Pablo se dirigió primero hacia la pista principal, en medio de la oscuridad de la madrugada. Al alejarse de la zona de control, todo quedó negro a su alrededor, la única luz que tenía era la de sus controles y las hileras de lámparas centelleantes al costado de la pista. Esa mañana estaba my fría. La humedad comenzó a condensarse en los vidrios de las carlingas. El avión de Guillermo venía detrás a varios metros. Por los auriculares de ambos pilotos se podían escuchar las indicaciones que venían de la torre: -Viento desde el oeste a 35 kilómetros por hora, condiciones normales. Pista libre. A-515, puede despegar.- El avión de Pablo aceleró sobre el asfalto y se elevó rápidamente. Pegó un medio giro sobre la base para esperar a Guillermo. En un momento, ambos estaban lado a lado, volando hacia el centro de la ciudad.

-Elevémonos un poco más, Pablo. No queremos asustar a nadie ahí abajo. Toda esta semana estuvieron haciendo los ejercicios de oscurecimientos. Si escuchan ruidos de aviones a estas horas...-

-Sí, es verdad. Subamos a 2000 pies. No tendrían que escuchar nuestros motores a esa altura.

Los dos aviones pasaron sobre la ciudad aun dormida. Se podían ver las líneas de luces que dibujaban las avenidas Rivadavia y la Ruta 3. Algunas lámparas asomaban desde la negritud en las zonas desérticas, eran las torres de exploración y bombeo. Algún auto pasaba perdido en la mancha negra del desierto.

-Vayan hasta los límites y vuelvan, muchachos. Abran comunicación ante cualquier novedad.-

-A-515, tomado, torre.-

-A-532, tomado.-

Los dos aviones se dirigieron a baja velocidad hacia el sur, con la costa marina bajo ellos. Desde el aire veían bajo ellos la oscuridad absoluta, con alguna que otra luz parpadeante, de un vehículo o estación de bombeo de petróleo. En la zona de la costa, una hilera de luces indicaba la posición de la Ruta 3. A esa altura, en esa mañana fresca de la Patagonia, los mandos se sentían totalmente relajados. Era la primera vez que estaban en una misión, solos, sin supervisor. Cada treinta segundos, Pablo revisaba si s altitud y velocidad eran correctas. Debieron pasar varios minutos hasta que se sintió más tranquilo y aflojó un poco los músculos. Miró entonces a su derecha. Guillermo lo observó también y levantó su mano, con el pulgar arriba.

-¿Me escuchás, Guillermo?-

-Sí, dejá el canal 2. ¿Cómo la llevás?-

-Bien, che. Recién ahora me estoy calmando un poco. Estaba re tenso. Me la paso revisando los indicadores. Pero sigue todo igual... jaja.-

-Uuu... creí que yo era el único. También estoy controlando todo. La verdad es que esta tranquilísimo. Los controles se manejan solos. O casi. Visualmente no hay ni pájaros. Es la paz total y absoluta. –Guillermo dio un suspiro. -Aa.. Pablito, así nos debe ver Dios.-

-Ja, ja. Sí, seguramente. Che, hermano, vamos un poco más mar adentro. Por acá está todo muy tranquilo. En un rato tenemos que pegar la vuelta.- Las dos naves hicieron un leve giro hacia la izquierda, para internarse sobre el océano Atlántico. El sol ya estaba asomando y las aguas volvían a tomar forma. En un lugar, cerca del horizonte, aparecía un brillo.

-Pablo, fijate a las veintidós horas. Veo algo por ahí, no son olas.-

-Sí, yo también lo veo. Vamos a ver más de cerca.-

Los Pucará se dirigieron a gran velocidad. En unos segundos estaban casi sobre una embarcación pesquera. –Canal 3, Guille. Yo me comunico con ellos.... Buenos días, este es el A-515 de la Fuerza Aérea Argentina, identifíquense, por favor...-

-Buen día, Pucará. Este es el “Cacique 2”, IMO 2386403, de bandera argentina. ¿Cómo está todo por allá arriba?-

Mientras Pablo tenía en comunicación al pesquero, Guillermo se conectaba con la base aérea. -Hola, base. A-532, solicito información sobre el pesquero de bandera argentina “Cacique 2” IMO 2386403. Está a noventa millas náuticas de Comodoro Rivadavia.-

-Un momento, A-532, ya les informamos... está todo en orden, están volviendo de pescar mar adentro. Repito, todo en orden, que sigan su camino. Cambio y fuera.-

-Todo bien por acá arriba, Cacique 2. Una mañana muy tranquila. ¿Cómo estuvo la pesca?-

-Excelente. Venimos con las bodegas llenas. Fueron unos días muy buenos, por suerte.-

-Me alegro, muchachos. Que sigan bien, entonces. Que tengan un buen día en Comodoro.

-Gracias, una cosita más. Hace unas horas vimos algo en el radar. Era algo grande, del tamaño de un barco chico, pero bajo el agua y en dirección sur. Ya tenemos el reporte para entregar a prefectura, pero se lo quería comentar a ustedes igual.-

-¿A qué hora lo detectaron, Cacique?

-A las 2:47 de la madrugada. Dirección norte-sur a una velocidad de quince nudos.

-Muy bien, Cacique. Estamos tomando nota. Muchas gracias por la información. Que tengan un buen día. Hasta pronto.-

-Hasta luego, Pucará.-

Los aviones hicieron un medio giro y se apuntaron al norte otra vez. Guillermo abrió la radio. -Con ese tamaño, es una ballena azul o un submarino. No se me ocurren más opciones.-

-Y no hay ballenas azules en el mar argentino, Guille. Vamos a hacer el informe, seguramente nuestros submarinos también están haciendo ejercicios. Sería lógico, verdad.-

-Sí, verdad. Hay mucho movimiento estos últimos días. Seguro son nuestros submarinos.- En ese momento, detrás de las nubes, asomó el sol. Los aviones estaban casi sobre la costa, cerca de la ciudad. A medida que se iban acercando, la luz del sol cubría el paisaje. Primero se iluminó el cerro Chenque, luego los barrios altos. Tanto el cerro como las calles y casas, se volvieron anaranjadas, luego más amarillentas. Desde el interior de la carlinga del Pucará, la luz y el espíritu de la ciudad llenó a Pablo. Algo le sucedió en ese momento. Ese amanecer fue distinto a todos los demás. –Bajemos un poco, Guille. Quiero ver la ciudad.- Los aviones realizaron un gran círculo sobre el centro, pasaron por detrás del cerro Chenque y los barrios del sur.- Que hermosa vista, hermano. ¿Ves esos colores? Están cambiando constantemente.- Desde acá arriba se ve increíble, es verdad. Veo que te está gustando mi ciudad, Pablito. Es raro, siempre me pareció que era fea. No sé, gris. Triste. Siempre con viento. No se puede hacer nada, siempre hay que estar encerrado.-

-Yo no la veo gris. Cuando despierta es anaranjada.- Los dos aviones seguían volando alrededor del centro. -¿Sabés, Guille? Hay algo ahora. No sé, por ahí soy un bobo pero... el hecho de saber que ella está ahí, hace que me guste toda la ciudad. -Guillermo escuchaba a su amigo por radio. Él iba un poco más atrás del avión de Pablo.- No entiendo muy bien cómo funcionan las cosas, pero sé que ahora me siento parte de acá. Creo que voy a tener problemas cuando deba volver al norte. Ya no me quiero ir. Me gustaría quedarme para siempre. Me pregunto si eso es posible. Buscar una casita por ahí, pedirle casamiento. Tener unos gurises.-

Los Pucará seguían sobre la ciudad, cuando se escuchó la voz del principal por la radio: -Atento, atento, A-515, A-532 ¿Me toman?- Los muchachos cambiaron al canal de la Base.

-Sí, señor, lo escuchamos bien. Estamos sobrevolando la ciudad.-

-Muy bien, muchachos. Pueden volver a la base. Terminó su primer vuelo. Quiero un reporte en mi oficina. Los espero.-

-Sí, mi principal. A-515 volviendo a la base, fuera.-

-Tomado bien, principal. A-532, fuera.-

Los muchachos dirigieron sus naves hacia el noroeste y comenzaron con las maniobras de aterrizaje. Primero Guillermo y luego Pablo, aterrizaron sus aviones sin problemas. Unos minutos después estaban carreteando hacia los hangares. Estacionaron al lado de la salida de aviones militares. Varios mecánicos y pilotos estaban ahí, revisando otros Pucarás y dos A4 que habían llegado esa mañana. Uno de los operarios ayudó a abrir la carlinga de Pablo. -¿Cómo anduvo la máquina? ¿Escuchaste algo en el carburador?-

-No escuché nada inusual, quedó perfecto. Ronroneó como un gatito. Es usted un maestro.- Le respondió Pablo al mecánico, que lo ayudaba a bajar con una gran sonrisa.

Los dos pilotos entregaron sus reportes al principal y se reunieron con los otros pilotos. Pasarían el resto de la jornada estudiando los procedimientos y cartas de la zona. Luego del mediodía, se les autorizó volver a sus domicilios. Tendrían otro patrullaje a la madrugada siguiente.

Guillermo fue con Pablo hasta el centro, donde se iba a encontrar con María y le prestó el auto para que pudiera pasear con la chica.

-Muy bien, Pablito. Ahora te dejo, yo me voy a casa a descansar un poco. Dale saludos a mi prima. Y no llegues tarde.- Le dijo su amigo con una risita.

Pablo esperó unos minutos frente a la Universidad, hasta que una chica, delgada y con melena rubia se acercó, casi corriendo hasta la ventanilla: -Estás- Dijo, María.

-¿Cómo podría no estar?-

Ella subió y salieron rumbo norte.

-Contame, Pablo. ¿Cómo estuvo tu primer vuelo? Quiero saber todo.-

-Fue momento de quasi éxtasis, María. No sabés. Primero, despegamos casi de noche. No, despegamos de noche, era de madrugada, pero todavía estaba totalmente oscuro.-

-¿Por qué zona volaron?-

-Salimos del aeropuerto y fuimos por la costa hasta la zona de los límites de la provincia. La verdad, no pasaba nada, asique fuimos mar adentro. Pasó un buque pesquero al que controlamos y desde ahí volvimos al norte. También por la costa.-

María comenzó a observar por la ventanilla.- ¿A dónde vamos?-

-Bueno, cuando pasamos por la zona norte de la ciudad, vi algo que me gustó mucho, me gustaría que lo visitemos. No está tan lejos de acá, creo que en unos quince minutos llegamos.-

-Mhm, algo… ¿Qué será?-

-uh, está bien, no soy bueno para mantener secretos. Es un faro gigante. Todo amarillo y con planta cuadrada.-

-El Faro San Jorge.-dijo inmediatamente María.-Lo he visto en fotos y por la ventanilla del colectivo cuando voy a Caleta Córdoba. Pero la verdad, nunca estuve ahí. -Se recostó sobre el asiento. -Bien, un lugar de la ciudad que no conocía. He estado toda mi vida acá y no conozco todo. Eso no está bien.-

-Tampoco está tan mal. Uno no siempre ha caminado por todos los lugares de su lugar natal. Eso no solamente incluye a la ciudad, sino también al país. En mi caso, visité un puñadito de ciudades, algún campo. Pero no más que eso.-

Ella lo mira desde su refugio en el asiento. -Bueno, gracias. Ya no me siento tan poco comodorense. O tan poco argentina, jaja, tampoco conozco todo el país. Algún que otro lugar, nomás.-

El auto abandonó la ruta y entró en un pequeño camino de tierra. Al fondo, ya se podía ver el faro.

-¿Qué más viste desde arriba?-

Pablo quedó pensando unos segundos. –Cuando nos dirigimos hacia el oeste, sobre el mar, teníamos las primeras luces del sol sobre el horizonte. En ese instante el mar, que hasta entonces era una mancha negra, se hizo visible. Aparecieron millones de reflejos y luces ahí abajo, todas al mismo tiempo. No sé bien cómo explicarlo. En un momento, sentí que el mar nos abrazaba. Que todo el mundo se despertaba junto al sol. Fue uno de las experiencias más lindas que tuve al volar.-

María escuchaba las palabras de Pablo con sus ojos en el horizonte. Y en el cielo.

-Bueno, vamos bien. Ya está a la vista el Faro. –Observó Pablo.

-Sí, vamos bien. Aunque si te fijás cuando estemos en la playa de Comodoro a la vuelta, también lo vas a ver. Chiquito, pero ahí está. Se lo ve cerca del Pico Salamanca.-

-¿El cerro cónico?-

-El mismo. Sí, señor.-

-A ese también lo conocí desde arriba. Ese era uno de nuestros puntos de referencia. Teníamos órdenes de llegar hasta el Pico Salamanca como límite norte de nuestro patrullaje. Se ve todo tan pequeño desde arriba.-

-Así nos debe ver Dios.- Dijo María.

-Eso mismo me dijo tu primo hoy.-

-¿Qué primo?-

Pablo la miró con ojos grandes.- Tu primo Guillermo. El que me pidió que te vaya a buscar ese primer día, cuando nos conocimos. Me dijo que ibas a estar ahí esperando con tus carpetas en los brazos. Delgada, cabello largo.-

María lo miró con una sonrisa incrédula. Después soltó una carcajada.- Pobre prima de Guillermo, debe haber esperado toda la noche por el auto salvador. Yo no tengo ningún primo Guillermo. Tampoco le había pedido a nadie que me vaya a buscar. Te vi de casualidad.- Se miraron por un momento.-

Pablo volvió a observar el camino de piedras y tierra suelta. -Caramba, fue un error muy afortunado. Al menos para mí.-

-Ja ja, sí, bueno. Para mí no ha sido una tragedia demasiado traumática. Creo que podré sobrellevarlo.-

Los chicos continuaron bromeando hasta llegar al pie del faro. Era una estructura de unos treinta metros de alto y en una zona completamente desértica. A lo lejos, hacia el norte, se podía ver uno de los barrios del norte de la ciudad. Al sur, estaba el cerro Chenque. Era una zona sin protección de cerros o edificios, allí el viento era dueño y señor. Pablo estacionó el auto y bajaron con cierta dificultad.

-¡Mi Dios, como sopla de fuerte!- Dijo casi a los gritos Pablo, que tenía serios problemas para evitar que la puerta del Fiat no se fuera de las manos.

-Sí, está bravo acá. Vamos del lado de atrás de faro, ahí pega menos.-

Los chicos se quedaron del lado Este de la construcción, en esa zona era posible conversar. Al tener el paisaje solamente arbustos bajos y con los únicos cerros lejos en el horizonte, el faro se veía gigantesco y monstruoso. Primero fue María la que se atrevió a ir, muy despacio, hasta la cara Oeste del faro. En el mismísimo lugar donde la cara daba con el viento, pudo sentir toda la fuerza del aire, que no la dejaba respirar y tampoco avanzar más. La fuerza era definitivamente descomunal. Aun así, aferrándose de los bordes, alcanzó a pararse del otro lado. Claro que solamente lo pudo hacer unos segundos, era imposible respirar en ese lugar. Pablo intentó acercarse, pero decidió alejarse. Inmediatamente María y Pablo se alejaron unos metros del faro, cuyos laterales provocaban un embudo que multiplicaba la fuerza del viento. En un costado, había unas escalinatas y un lugar donde estacionar los autos. María tenía la cabellera completamente desordenada y sus mejillas estaban de un color rojo intenso. Se acercaron ambos hasta el borde del pequeño escalón, en ese lugar el viento era fuerte pero era posible respirar y hablar.

-Acá está mejor. La vida es posible de este lado.- Dijo Pablo.

-¿Sentís ese olor? Es campo, es olor a campo, a plantas secas, lagartijas, flores del desierto. Estoy segura que tus pagos no huelen igual.- Dijo María y extendió los brazos en cruz. Al hacerlo, tuvo que inclinar el cuerpo para compensar al viento. Pablo la observó e hizo lo mismo. Ambos muchachos quedaron así, con sus cuerpos inclinados hacia adelante, sostenidos por la fuerza del aire.

-Es verdad, María. Nunca había sentido esto en mi vida.- Confesó Pablo con sus ojos cerrados.

Los muchachos estuvieron caminando por los alrededores durante un rato. María le contaba a Pablo la historia de los animales y plantas de ahí. Cada una de las criaturas de allí, habían encontrado una forma de hacer frente al calor extremo y sequedad del verano como al frío intenso del invierno.

-¿Y cómo sabés tanto de estas plantas? ¿Pensé que estudiabas trabajo social, no ciencias naturales?-

-Bien, yo estudio trabajo social, sí. Pero mi papá ama a las plantas y a los animales de la zona.- Luego de una pausa agregó.- Creo que está enamorado de este lugar, y por esa razón le interesa todo lo que vive acá. Eso algo que suele suceder a veces ¿no? Uno proyecta los afectos de un lugar o persona a su entorno. No sé si es lógico, pero me he dado cuenta que para muchos las cosas funcionan así.-

-Yo creo que tiene perfecta lógica. A mí también me sucede. ¿Tu papá nació acá?-

-No, no. Él llegó en los años cuarenta. Estuvo unas semanas en el norte del país y después llegó a Comodoro. Y no se fue más.-

-Perdón, pero ¿qué apellido son ustedes? Creo que no te había preguntado.-

-Stankiewicz, ¿vos?-

-Lacombe.-

Los dos estaban arrodillados, mirando un hormiguero.-Mucho gusto señor Lacombe.-Dijo María y le da la mano.-

-Igualmente señorita Stankiewicz.- Los chicos observaban un centenar de pequeños puntos rojos que llevaban a sus espaldas pequeñas ramitas, hojas y demás objetos diminutos. La procesión continuaba hasta un arbusto a unos metros, más o menos. En ese momento, un pájaro gris y no más grande que un gorrión se posó en su copa. Los dos jóvenes observaron al recién llegado. La pequeña ave cantó una vez, y luego otra. Los observó por un momento, entonces salió volando sobre sus cabezas. Los dos lo siguieron con la mirada hasta que se perdió entre los arbustos.

-¿Sabés lo que significa eso que dijo, Pablo?-

Él la miró un momento. –No, ¿Qué significa?-

-Significa “bienvenido”.-

**

-Querés decir que a todos los morochos les gustaban las rubias.

-Caramba, no sé si a todos los morochos nos gustan todas las rubias. Sé que a este morocho le gusta esta rubia. Pero no estoy seguro si me gusta por ser rubia, o por ser encantadora, o por mirarme de esta forma, o por tener tan rico perfume.

-Es muy lindo lo que decís, pero se lo debes haber dicho a tantas. Además no soy rubia, el color es castaño claro. Me tiño un poco.

-No seas injusta, por favor. Nunca conocí a una chica como vos. La verdad, mi experiencia con mujeres es bastante limitada. Es mayoritariamente teórica. -Ella soltó una risita. -De verdad, no te rías. He leído mucho más de lo que he dicho o hecho. No puedo decir que me enorgullezco de esto. La mayor parte del tiempo estuve en el liceo militar o en casa encerrado, estudiando. ¿Sabés? Siempre quise poder tener la oportunidad de decirle a una chica: “por favor, límpiese el lápiz labial, que voy a besarla”-

**

Los chicos estacionaron el Fiat en la entrada del aeropuerto y luego fueron charlando hasta los hangares. Como todos los días, aun era de noche cuando llegaban a cumplir sus vuelos de vigilancia y entrenamiento. Pero esa madrugada había algo distinto. Muchas personas iban y venían desde distintos lugares de la base aérea. Estaban por ingresar cuando uno de los pilotos, que venía corriendo, se detuvo al lado de ellos, casi jadeando.

-¿Escucharon las noticias? ¿Vieron lo que pasó?- Casi les gritó.

-No ¿Qué pasó? –Preguntó Guillermo, un poco asustado.

-¡Recuperamos Las Malvinas! Anoche desembarcaron nuestras tropas. En este momento hay barcos llevando soldados a las dos islas.-

Pablo y Guillermo quedaron mirando por un momento, mudos. El piloto entró al hangar, y detrás fueron los chicos. Dentro, había gente de la fuerza aérea y también civiles. Fueron a la oficina del principal, que estaba colmada de gente, como si fueran las cinco de la tarde.

-Muchachos, entren, pasen y busquen un lugar. Me imagino que ya les habrán dado las noticias.-

-Sí, mi principal. Nos acaban de informar –Dijo Guillermo, aun incrédulo.

-Bien, ahora ya podemos hablar claro y de frente. Todos ustedes están siendo entrenados para ir a las islas. Me acaban de informar que ya tenemos a nuestros hombres desplegados en Puerto Argentino y se espera que los ingleses capitulen en cualquier momento. Hoy continuarán llegando aviones con equipos y soldados. Asique tendremos más intensidad de la que tuvimos hasta ahora. Los pilotos que fueron primero y los que saldrán a continuación, son los de mayor experiencia. Para los demás, les tengo que pedir que continúen entrenando, conociendo como manejarse en este territorio. Ya que es casi idéntico al de las islas. Yo me voy a quedar con ustedes, para que finalicen su capacitación. Cuando llegue el momento, van a cruzar el mar y se van a unir con los demás argentinos en Las Malvinas. –El principal comenzó a caminar delante de los pilotos, asistentes y mecánicos. –Muchachos, es un honor estar al frente de ustedes en el día de hoy. Ésta es una fecha que va a quedar en la historia grande de Argentina. Después de ciento cincuenta años, volvemos a nuestras Islas Malvinas. Y todos nosotros vamos a escribir esta página. –Se detuvo frente a Pablo. –Hagamos nuestra parte con la altura que se merece. Hoy somos todos hijos de la patria. Que nuestro general San Martín se sienta orgulloso de nosotros… ¡Viva la patria!-

-¡Viva!-

Cuando Pablo llegó a casa, estaban conversando Guillermo con Edgardo. Los dos estaban tensos y apenas saludaron a Pablo.

-¿Qué pasa, muchachos?- Cuestionó Pablo.

Fue Edgardo el primero en hablar. –Hoy trajeron a los prisioneros ingleses. Están encerrados en el Liceo. Son los que capturaron el día del desembarco. Se supone que no sabe nadie. Es todo secreto, si los diarios se enteran, también van a saber los ingleses. Y nadie quiere que éstos vengan a rescatarlos o algo.-

-¿Cuántos son, Edgardo?-

-Bueno, yo vi a siete. Me llamaron a mí porque soy el único que habla inglés. Asique hice de traductor. Estuve todo el día con ellos. Están en un cuarto de armas. No tenemos otro lugar donde meterlos. –Edgardo terminó de tomar el mate y se le entregó a Guillermo. –No me agrada tenerlos acá en la ciudad. Me parece que nadie los quiere. Uno de los principales dijo que “quema” el asunto.-

-Bueno, pero es así la cosa. Son nuestros prisioneros, en algún lado tenemos que tenerlos.-

-Sí. En algún lado. Hay uno de ellos, con el que más hablo. Ése me pregunta de todo. No le quiero contar mucho. Primero estaba asustado, porque vio que lo traíamos a escondidas, creía que lo íbamos a matar o torturar o algo. Ahora cuando volví me decía “no te vayas, no nos dejes con ellos”. No confía en los oficiales. Está seguro que lo van a fusilar.-

-No hay razón para hacer algo así. Son prisioneros, no tenemos por qué tratarlos mal.- Agregó Guillermo.

-Sabés, como a las seis o siete de la tarde. Estábamos todos ahí alrededor de ellos, con los Fal. Y en ese momento se cortó la luz. Uno de los ingleses se asustó mucho, pensó que era a propósito. Que los íbamos a cocinar ahí, en ese momento. Asique les dije “quédense quietos y tranquilos, ya va a venir la luz”. También les pedí a los guardias que se queden piolas. Apenas se cortó la luz uno o dos les sacaron el seguro a los fusiles. Se escuchó el sonido. Por eso se asustaron tanto los ingleses. Menos mal que nadie se movió. Nos hubiéramos matado entre nosotros. Creo que si yo no estaba ahí, para interceder, los hubieran matado del susto nomás.

**

Los muchachos llegaron al estacionamiento del aeropuerto a las cinco treinta y uno de la madrugada. Descendieron y se dirigieron a los hangares, como siempre. Pasaron a la oficina del principal, donde solía estar la señora que opera la radio.

-Buen día, chicos. ¿Cómo amanecieron?-

-Buen día, estamos bárbaro.-

-Sí, con muchas ganas de cruzar el mar. –Agregó Guillermo.

-Ya les va a llegar la hora. No se preocupen. Con los ingleses merodeando las islas, los vamos a necesitar pronto. Además, anoche detectaron a un submarino al sur de Comodoro. Parece que habían desembarcado soldados, porque encontraron gomones en la costa.-

-¿Gomones, esas lanchas inflables?-

-Esas mismas. Ahora les va a informar el principal de todo. Ustedes van a tener que revisar minuciosamente el área.-

Los chicos tomaron unos mates con la operadora hasta que llegó el principal. Desde hacía varios días, las actividades de combate se acercaban más y más.

-Buenos días, pilotos. Tengo órdenes para ustedes dos. Hace unas semanas nos avisaron sobre la detección de un submarino en las costas de la ciudad. Bien, les informo que en ese momento era uno nuestro. Anoche tuvimos otro más, pero esta vez fue uno enemigo. Es muy posible que haya sido el mismo que atacó al Crucero Belgrano. Asique entenderán que es la presa más codiciada. Existe cierta posibilidad que estén desembarcando gente en nuestras costas, es decir, acá en el continente. Tenemos patrullaje las veinticuatro horas, y como habrán escuchado, ayer perdimos un Pucará. Fue derribado en esa zona, un poco antes que se encontraran señas del submarino enemigo. –El principal hablaba mientras Pablo y Guillermo lo miraban con total atención. –Ante cualquier anormalidad que encuentren, den aviso en forma inmediata y reaccionen en forma defensiva. No permitan que los tomen por sorpresa. Acá tienen las coordenadas donde sucedió la pérdida del avión argentino.

Ahora acabo de hacer una inspección por los alrededores. Con los mecánicos estamos trabajando en tu avión, Lacombe, para adaptarle un radar pequeño. Va a ser muy importante tener mejores ojos en el aire. Hoy vas a usar mi avión para el patrullaje. Espero que tu nave esté lista para mañana.-

Los tres hombres salieron de la oficina y caminaron entre los aviones. El Pucará 515, de Pablo, estaba con la parte inferior desarmada. Uno de los mecánicos trabajaba en la adaptación del radar de un Fokker. A su lado, estaba el Pucará del principal, con su cola celeste y blanca. El avión de Guillermo ya tenía los motores en marcha. El principal se acerca a Pablo y le pone la mano sobre el hombro:

-Cuidamelo, che. A este avión lo saqué carreteando yo mismo de la fábrica. Es como mi hijo. –Le dijo con una sonrisa.

-Sí, mi principal. Se lo voy a devolver tal como está. No se preocupe.-

En ese momento, desde la oficina se escucha a la operadora de radio casi a los gritos, habla con alguien. Inmediatamente suenan las sirenas de la base. El sonido era tan fuerte que no se oyó cuando la mujer dijo algo en dirección a los tres hombres. Al darse cuenta que no la escuchaban, salió en dirección a ellos.

-Tenemos dos siluetas en el radar, se acercan a la base a toda velocidad. Uno tiene perfil de un Vulcan. El otro puede ser un Harrier. En unos minutos van a estar acá.-

-¿Unos minutos? ¿Cuántos?- Preguntó el principal.

-Menos de diez minutos a la velocidad actual, señor. –Dijo la mujer con una expresión de pánico que no disimulaba.

-Mecánicos. Preparen los A4, que alerten a todos los pilotos, tenemos combate.-

Todos los hombres y mujeres del hangar fueron a sus respectivas posiciones. La mujer volvió a la oficina para llamar a los pilotos de los aviones a reacción, ya que solamente ellos podrían hacer frente a aviones caza como los Harriers. Fue entonces que Pablo habló.

-Señor, principal. Permítame ir con Guillermo con los Pucará, no sabemos qué tan cerca pueden estar. Si no es imprescindible, no vamos a hacer nada. Pero si se acercaran mucho a la ciudad, tenemos que frenarlos. Si es verdad que es un Vulcan, entonces viene a bombardear… señor.-

El hombre lo miró por un instante, a él y al Pucará, que al lado de un Harrier es casi un helicóptero. Sería más peligroso si lo estrella contra el avión inglés que si quiere presentar batalla frontal. Pablo se dio cuenta que no lo iba a autorizar.

-Señor, hay más de cien mil personas en la ciudad. No sabemos que puedan llegar a hacer. Hundieron al Belgrano.-

El principal miró al suelo y dijo:

-Vayan-

Los muchachos corrieron a buscar unos cascos que habían colgados y subieron a sus aviones, aun con los trajes sin cerrar.

-Despejen todo, salimos carreteando desde acá.-Gritó Pablo mientras entraba en la cabina. Los mecánicos extrajeron las escaleras y movieron los vehículos del camino. Atrás de ellos, estaban preparando a un A4, el único armado a esa hora de la mañana. –Infórmenos de la posición de los aviones, por favor, base. A-532, despegando.-Dijo Guillermo desde su aparato mientras salía por las puertas del hangar, detrás lo seguía Pablo.

-A-515 despegando, base.-

Los dos aviones se movieron fuera del hangar, esta vez no hicieron el giro habitual alrededor de la pista. Fueron directamente a ella, primero fue Guillermo y detrás de él, Pablo. Mientras, dentro del hangar, el principal se colocaba el traje para subir al A4, que estaba siendo armado con misiles aire-aire. Desde adentro se pudo escuchar la aceleración de los motores de los Pucará al despegar.

-Base, éste el A-532, en el aire. Me dirijo rumbo Este a mil quinientos pies.- Dijo Guillermo por su radio. Muy cerca, venía subiendo Pablo.

-Guillote, vamos a esperar a los A4, pero si se acercan demasiado, no los podemos dejar que pasen sobre la ciudad. ¿entendés? Los vamos a parar como sea.-

-Estoy de acuerdo, Pablo. No puedo creer que hayan mandado a un bombardero a la ciudad. Estamos fuera de la zona exclusión.-

-Sí, también estaba fuera el Crucero Belgrano. Y lo hundieron. No me extraña nada, hermano.-

Los dos aviones estaban ganando altura cuando pasaron sobre la ciudad. A su paso, pudieron ver que la ciudad completa desaparecía. Las alarmas se habían encendido, y todo estaba siendo apagado. Las luces de las calles, de casas y cualquier cosa que identificara la presencia de una urbe.

-Atento Pucarás, ésta es la base. Nos avisaron que los aviones vienen volando muy bajo. A solo unos metros sobre el mar. Están más cerca de lo que creíamos. Revisen a sus once horas. Es posible que estén a la vista.-

Guillermo, que iba adelante, fue quien los vio. Eran dos puntos sobre el mar. La primera luz se dibujó sobre el horizonte cuando los dos Pucará empezaron a descender para interceptar a los ingleses.

-Bueno, Pablito, como dijiste. No pueden llegar a la costa. Ahí están, a las once en punto. Voy al choque. Verificá tus ametralladoras.-

-No los veo, Guille. Te sigo. Armas encendidas, funcionan ok.-

Los aviones ingleses se elevaron rápidamente y encendieron unas luces a los lados de las alas.

-¡Los veo! ¡Los veo! Ahí vamos. ¡Base! Están a cuarenta kilómetros de la costa. Manden lo que tengan. –Gritó Pablo mientras aceleraba sus motores.

El Pucará de Guillermo aceleró al máximo, con la idea de dificultar la fijación de blanco del caza inglés. Éste cambió ligeramente su dirección y se dirigió a ellos. Desde ahí, Guillermo comenzó a disparar al Harrier, aun estando lejos. Era difícil saber si estaba impactando algo. Entonces, fueron dos manchas brillantes las que salieron desde el Harrier. Por la velocidad de ambas naves, únicamente se pudo ver la estela blanca de los misiles. En menos de un segundo, el avión de Guillermo intentó subir para eludirlos. Lo logró con el primero, que pasó a unos metros de Pablo. Pero el segundo dio de lleno en el avión. Pablo pudo ver a la nave de su amigo transformada en una bola blanca y amarilla que estalló a su lado. Tuvo solo dos segundos para mirar por un espejo los restos del Pucará, cayendo al mar. Con trozos de alas y humo revoloteando sobre el fondo negro.

En esos dos segundos, espero los siguientes misiles, que le dieran fin a él también. Pero no sucedió eso. El Harrier seguía acercándose. El dedo de Pablo se contrajo y empezó a disparar sobre el inglés. Se veían como chispas frente a él. El inglés realizó espirales para no se impactado mientras iban uno contra el otro, en una línea de colisión. Pablo pensó en embestirlo en ese momento, pero el otro avión pasó a varios metros y demasiado rápido.

Ambos aviones comenzaron a girar para volver a verse. Cuando Pablo al fin fijó su posición, pudo ver otras dos manchas brillantes saliendo desde el otro avión. Apuntó su nave directo a ellos y aceleró sus motores al máximo, cuando consideró que iba a ser impactado, giro en seco a un lado. Por el espejo derecho los vio perderse en la oscuridad. Ahora el problema eran las ametralladoras de una nave varias veces más rápida que su Pucará. Decidió pegarse todo lo posible al inglés, mientras menos capacidad de maniobra tuviera, tanto mejor.

Por un momento, lo tuvo de frente y abrió fuego. Los movimientos bruscos de ambos aviones hacían muy difícil el acertar. Cuando pasó de nuevo al costado del otro avión, fue a menos velocidad. Esta vez pudo ver al piloto enemigo. Tenía varios orificios en un lado y probablemente también en la carlinga. Era posible que los hubiera sufrida durante la primera pasada que tuvo con Guillermo, cuando le disparó de lejos. Esto era bueno para Pablo, el Harrier se mostraba más lento de lo que debería. Seguramente tenía daños en los controles o el piloto había sido herido. Pablo decidió tirarle todo lo que tenía en la próxima vuelta. Mientras giraba a su Pucará, intentaba buscarlo, lo había perdido de vista y eso no era bueno. Miró hacia arriba, a la derecha e izquierda. Dio una rápida inversión y se puso boca abajo. Ahí estaba el Harrier, haciendo su giro. Con el mismo movimiento que traía, el Pucará puso su nariz apuntando al inglés e hizo fuego. Al menos una treintena de municiones dio en el fuselaje. Cuando quiso volver a posicionar otra vez al avión, el Harrier desapareció por un costado.

Otra vez comenzó a buscarlo. Solamente veía las olas, iluminadas por el cielo ya claro de la madrugada. Mientras comenzaba a ascender, escucho varios golpes, columnas de agua que se levantaban frente a él y un golpe seco y sordo en la cabina. Lo había impactado. Giró inmediatamente a un lado y alcanzo a ver al avión inglés pasando muy cerca. Abrió fuego, pero sin saber si sus balas pudieron encontrar al enemigo.

Sabía que no había pasado más de noventa segundo desde el primer disparo. Ese tiempo podría ser suficiente para que el Vulcan alcanzase la base o la ciudad. Mientras vigilaba el giro del Harrier, pudo ver al otro avión, esta vez mucho más arriba, dirigiéndose a la ciudad. Entendió que el avión caza puede ser peligroso para otro avión, pero no para una ciudad. En cambio el Vulcan, un avión bombardero, podría levar la tragedia a la ciudad si no era detenido. Pablo dio un profundo respiro y tomó su decisión.

Volvió a acelerar su bimotor al máximo y empezó a medir la distancia desde la que podría hacer fuego. Mientras iba ascendiendo, percibió que el Vulcan iba más lento y notó algo en la parte inferior. Sus compuertas estaban abiertas. En ese momento apretó el gatillo, dispuesto a darle todo lo que tuviese. La vibración del mando, más las luces en el frente, le indicaron que ambas ametralladoras estaban dañando severamente al bombardero. Fueron no más de quince segundos de fuego directo. Con el dedo aun presionando el disparador, pudo ver al Vulcan, de silueta triangular, despedir partes de fuselaje y luego, girar unos grados hacia la izquierda. “esta derribado” pensó Pablo.

Fue entonces que escuchó de nuevo los golpes en su carlinga. Pero esta vez no fueron solo un par. Sino centenares.

El tiempo que usó para abrir fuego, fue aprovechado por su enemigo para fijarlo a él. Vio delante al bombardero cayendo, cada vez más en picada y varias manchas blancas se pegaron al vidrio de su carlinga. Giró de nuevo rápidamente a la izquierda, para volver a salir del punto de mira, pero su Pucará seguía en la misma dirección, y perdiendo altura. Los ruidos dentro de la cabina eran totalmente ensordecedores. Con su avión ya casi sobre la ciudad, y con los disparos dando todos ellos sobre la nave, no tenía muchas opciones. Miró sobre su cabeza la manija de eyección, pero se dio cuenta que su avión caería sobre los edificios del centro. Ya era tarde para eso, debía desviar su curso de alguna manera.

Sintió un dolor espantoso en su pierna izquierda. Una gran mancha de humo blanco y espeso se mezcló con el rojo de su sangre. Alcanzó a ver en un lado, por el único lugar que el exterior era visible y se percató de estar a punto de embestir a los edificios. Subió la palanca todo lo que pudo y dio el último empujón a sus motores, que sospechaba casi no funcionaban. Un último golpe.

El humo blanco invadió toda la cabina de Pablo. Y ya dejó de sentir dolor.

En el momento en que el Pucará del principal, ese con la cola de celeste y blanco, estaba estrellándose con el cerro, un A4 pasó sobrevolando el centro urbano. Se vieron salir varias líneas blancas desde él. Un par de ellas impactaron con el inglés, que no pudo alejarse a tiempo. Su máquina terminó en el agua, muy cerca del muelle de la ciudad.

El avión argentino entonces dio una vuelta en U y sobrevoló a muy baja velocidad el cerro Chenque, que ahora veía subir a gente desde la ladera. Eran cientos de personas que treparon esa empinada subida y rodearon al avión destruido. En unos minutos, sacaron los restos de Pablo y lo bajaron al centro. Algunas ambulancias y carros de bomberos llegaron al lugar también, pero conservaron cierta distancia. Nada tenían para hacer en ese instante.

El Hospital Regional estaba lleno de soldados heridos. La gran mayoría venía directo desde las Islas hasta ese recinto, para recibir las ayudas de emergencia. Era el centro de salud más importante en el sur argentino y ahora cumplía con esta vital misión. Ahora llegaban allí los vecinos de la ciudad, llevando en sus brazos el cuerpo de Pablo. La procesión llegó hasta las puertas mismas del Hospital, donde enfermeras, doctores y algunos de los soldados heridos esperaban. La radio local había comenzado a relatar todo lo que sucedió. En unos minutos, los nombres de Pablo y Guillermo fueron conocidos por todos. Las breves historias de sus vidas fueron resumidas para que los comodorenses tuvieran una idea de quienes eran estos dos, ahora mártires, que habían salvado a la ciudad de un bombardeo.

Luego del mediodía llegó hasta la morgue del Hospital el principal de la base aérea. Cuando estaba por entrar a la habitación, para hacer el reconocimiento oficial del cuerpo, observó a una muchacha parada cerca de una ventana. Recordó aquel día en que su piloto la llevó a conocer el hangar. Se acercó hasta ella, que permanecía inmóvil, observando hacia afuera. Estaba a unos pasos de la joven, pero ella no se percató de su presencia. Ella continuaba mirando por la ventana. Pudo ver algo extraño en su cara. Las mejillas y los ojos estaban muy rojos. Tenía un pañuelo en la mano. El principal se preguntó qué caso tenía hablar con ella. Quizás sería mejor dejarla sola y no invadir su tristeza. Dio media vuelta y entró en la sala de la morgue. Él era la única persona con autoridad legar para hacerse cargo del cuerpo del muchacho. Y así lo hizo. Al cabo de unos veinte minutos salió de allí. La muchacha ya se había marchado. Caminó hasta la ventana donde estaba ella unos momentos atrás. Desde allí se observaba la playa de estacionamiento, algunos edificios de la zona céntrica, y al fondo, recortado sobre el cielo, estaba la ladera del cerro Chenque, con una pequeña cruz en ella: el avión derribado, el avión que él mismo había piloteado hasta esa mañana.

La zona del impacto estuvo con gente todo ese día. Algunas personas llevaron velas. Alguien acercó una casita de madera con la imagen de Cristo. Otro llevó un rosario que colgó en la carlinga. Entre las personas que llegaban y se iban, se podía distinguir a una joven, delgada y de cabellos rubios. Ella estuvo toda la tarde ahí, sentada a unos metros del avión. Mientras el sol caía detrás del cerro, más gente llegaba con velas y recipientes de vidrio donde alojarlas. Cuando estuvo a punto de oscurecer por completo, ya eran un centenar de luces alrededor del Pucará.

María recordó aquella tradición aeronáutica sobre los derribos. Buscó en su cartera y extrajo un correcto blanco, que usaba en sus clases de la universidad. Se acercó a un lado de la carlinga y dibujó la silueta del avión que Pablo había derribado esa mañana. Al lado escribió: 2 de Mayo de 1982.

Guardó el corrector en la cartera y caminó unos pasos hacia el lugar que daba con la ciudad. Desde ahí se podía ver todo el centro, partes de los barrios Pietrobelli y Newbery. Al fondo estaba el resto de la ciudad y mas allá, el mar infinito. Miró hacia un lado y luego hacia el otro. Luego de pensar unos segundos se dijo: “Vamos a hacer algo con este lugar.”