martes, 31 de enero de 2023


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viernes, 27 de enero de 2023

Equatoria, de Egipto a las estrellas

Los acontecimientos, ya sean nimios o grandiosos, tienen tantas causas como les queramos buscar. Bien estaría si dijéramos que un tercio de la Europa medieval fue muerta por una enfermedad que no podía ser controlada debido a sus escasos recursos medicinales. Que los más valientes intentos jamás hubieran alcanzado. También se puede afirmar sin miedo a equivocarse que el contacto con personas del medio oriente trajo la enfermedad. Un control un poco más eficiente habría hecho una gran diferencia. Otra forma de encarar esa situación podría ser; en los años precedentes a las muertes masivas, se vivía una época en que las supersticiones habían alcanzado un grado tal, que se mataba a los hombres o mujeres con el único argumento (muchas veces), de ser sospechoso de actos de brujería o herejía. Que en muchos casos era lo mismo. Tenían instalado toda una sarta de miedos y prohibiciones que cambió el entorno, que se puede llamar natural de las conglomeraciones urbanas, hasta eliminar cosas que van de paseos y bailes nocturnos a tener la compañía de un felino de color negro o del que fuera. Estos datos nos suenan como detalles sin importancia, vistos a la luz de varios siglos. Sin embargo, uno de ellos, desencadenó la tragedia mencionada anteriormente. Es sabido por todos que la cadena alimenticia se encarga de balancear el número de habitantes en las poblaciones animales. Esto no varía en el mundo sin domesticar de las ciudades. Las aves se comen a los gusanos, los coleópteros a los pulgones y los gatos a los ratones. Y así fue como una enfermedad traída por unos comerciantes desde los países de la zona del Mar Caspio y El Mar Negro, saltó inmediatamente a las pulgas de los ratones de las urbes europeas. La situación tendría que haber sido controlada en otras circunstancias, en otra época. Pero los roedores europeos se habían quedado sin sus enemigos naturales y aumentaron su población en una forma terriblemente rápida. En poco tiempo la enfermedad de las pulgas y las ratas y los humanos devoró a una de cada tres personas. Los globos negros aparecieron en toda clase de gente. Las ingles y axilas de los desdichados se inflaban y reventaban dolorosamente. Esta especie de castigo de dios apareció, curiosamente, en los años más cristianos de occidente. Podríamos seguir buscando y encontrando causas de aquella tragedia. Podríamos, seguramente, encontrar mil detalles decisivos que explicarían éste como muchos otros eventos de nuestra historia. Todo depende del lugar que queramos mirar. De la rama por la que se nos antoja subir al árbol. Hay quienes dicen que sin importar lo que uno haga o deje de hacer, nuestro futuro, así como nuestro pasado ya está resuelto. Nosotros, simplemente, transcurrimos por el tiempo para satisfacer al destino. Incluso alguien escribió algo así como que ciertamente, el futuro como el pasado, siendo inmutables, están surcados por algunas grietas, algunas fallas en sus juntas. Y que en esas fisuras se encuentra Dios. Me preguntaba yo, alguna vez, si esa presencia divina (o no), estaba allí para efectuar modificaciones que considerase adecuados o, en cambio, para reacomodar un camino que estuviese fuera de su carril. Tal vez esos detalles imprescindibles para cumplir con un objetivo divino, puedan ser reemplazados por otros, que al final terminarán provocando el mismo desenlace. Quizá esos millones de hombres y mujeres debían morir. Es posible que aquel hombre que escapó de Datis, en Maratòn, y corriera esos cuarenta y tantos kilómetros para alertar a los griegos y salvar al mundo occidental que hoy conocemos, cumplía su parte en un plan mayor, en una obra o parodia cósmica. Sería muy difícil sumergirse en estas divagaciones de estrategias celestiales y salir con conclusiones coherentes. O más improbable aún: con alguna certeza. Nuestras historias, los hechos que presenciamos, los que nos cuentan. Cada uno que se quiera relatar puede ser anexado a eventos anteriores para darles una comprensión más amplia. Y a la vez estos últimos, también agregarles sus prólogos correspondientes. Se podría ir así, ad infinitum, hasta los orígenes del mundo conocido, por todos los caminos laterales, por cada situación vivida por humanos o cuadrúpedos o insectos. ¿Cómo estar seguros de que la aventura solitaria de un mosquito del pleistoceno, no colaborara en la destrucción del Imperio Romano? Si unos gatos callejeros asesinaron mil millones de personas. Es cuando las palabras de Leonardo tienen más fuerza y credibilidad: "No creas que tu vida ha sido en vano. Podría sostener al universo."